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da, sino que me callé, mirándole de hito en hito, a ver si
se enteraba de mis ideas correctivas de su estolid Zy
ante el adusto gesto de mi faz).
— La cooperación que de usted solicito es muy sen-
cilla y barata. Redúcese a que me prepare usted el te-
rreno con mi padre, a quien no me atrevo a lanzarle la
petición de manos a boca — añadió, sin haberse perca-
tado de cuán elocuente era mi actitud silenciosa.
— ¿Y si don José María me pregunta en qué ha em-
pleado usted ese dinero, le entero de que ha sido tiran-
do de la oreja al señor don Jorge?
— Usted dígale lo que quiera, con tal de que le com-
ponga la cabeza y luego no me tire un derrote — respon-
dió el muy irreverente, empleando esta figura taurina
tan ofensiva para el decoro y la honra de sus señores
padres...
¡ Y ahora váyale usted a Chachito con la MONSErge
de los diez mil pesos de su pimpollo!... Lo más proce-
dente hubiera sido callarse y dejar que Carlitos se las
compusiera con su pr vcd ; pero como pena que me
impongo haciéndolo público, diré que me acometió un
vivísimo deseo de proporcionarle un disgusto a mi jefe,
y en cuanto volvió de sus impuros refocilamientos le
descerrajé el tiro de las cincuenta mil pesetas,
— ¡Cincuenta mil... cuernos! — (no dijo cuernos,
sino una palabrota que, sin duda, aprendió cuando ba-
rría la trastienda allá en Cuba).
— La juventud, señor don José María, que ocupa la
posición de Carlitos, ha menester de ciertos gastos de
representación — interpuse hipócr itamente, con objeto
de exasperarle.