66 E. GUTIÉRREZ-GAMERO
nor detalle que percibía en casa de mi jefe, un ligero
accidente no parecido a los de la vida ordinaria, lo rela-
cionaba con mis presentimientos, sobresaltando mi áni-
mo indeciso, pues en aquella hiperestesia, que me había
cogido por entero, en todas partes levantábase el fan-
tasma de la conjuración que iba a romper mi porvenir
junto a la hija de Portales, y hasta los dedos se me figu-
raban huéspedes preparadores de infernales máquinas
prontas a dispararse al más leve soplo. Y hallándome en
este continuo susto, un inesperado suceso vino a confir-
mar las noticias de la Puri, marcando en mis actos el
rumbo que debían emprender, y poniendo ante mi vista
el hilo conductor que en aquel laberinto me guiase.
Como don José María Portales me manda que abra
su correspondencia y la clasifique para darle cuenta de
lo que en ella se contiene, púseme a examinar las cat-
tas que encima de mi mesa estaban, cuando tropezarol
mis ojos con una cuya letra del sobre veíase a todas 14-
ces contrahecha, y excuso decir que rasgar el nema y
leerla fué instantáneo... En una cuartilla de papel, nada
limpio y con caracteres poco inteligibles, “Un amigo qué
te quiere” — así firmaba, — decía a Portales que en vel
de irse de picos pardos y gastarse los dineros con Puri
la de Lucena, que se la estaba pegando con un chulo de
su especie, debiera mirar lo que en su casa iba a ocurril
al momento, sobre todo con C., a quien se le preparaba
una encerrona de órdago: por loque testimo telo 0e-
bierto y aora ayátu — terminaba el anónimo.
Largo rato permanecí atónito, con el papel entre
manos, metiendo mi memoria por entre aquellos gara
batos a ver si un rasgo, un modismo del bárbaro len-
las