84 E. GUTIÉRREZ-GAMERO
¿Nadie?... ¡Qué error tan grande, y cómo el capricho
de una mujer trastrueca y cambia la faz de las cosas!.-*
Y sucedió lo siguiente:
Puesto que doña Purificación García deseaba verm£,
me fuí a la calle del Saúco y me planté frente a la de
Lucena, como las malas lenguas llaman a esta encantar
dora ninfa, perdición de los tentados de la belleza plás-
tica y sacamantecas de los viejos verdes. Y con meno
miedo que en aquella entrevista precursora de nuestr0
viaje al barrio de Argiielles, aunque siempre inquieto, 4
causa de los risoteros ojos de la daifa, que parecen des"
tornilladores del más comedido y honesto propósito, mé
puse a sus órdenes, que es cual si me pusiera a las del
amable pecado por donde damos de bruces en el mismo
infierno.
— Le advierto a usted, amigo mío — habló después
de los saludos de rúbrica, — que aun cuando a Chachil0
le he dicho que le enviase por acá para que vea si en el
hotel han puesto unos papeles que ayer elegí, es mu)
otra la causa de mi llamada.
— Usted me manda — repuse adoptando una actitud
expectante.
— Se entiende que lo que aquí se diga, entre los d0%
quedará. ¿Sabe?
— Naturalmente — contesté con un tono tal de ex
trañleza, que la Puri me claveteó una mirada por de-
más inquisitiva y un si es no es recelosa.
— ¿Quizá le pese a usted que tengamos un secró”
tillo juntos? Pues mire usted, don Teodoro, así prin"
pian las grandes intimidades, por la complicidad... si
usted y yo nos pusiéramos de acuerdo para cometer UN
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