76 QUIEN NO VIÓ A SEVILLA...
postre, pudieron arrancar de Sevilla y conducirlo a Cádiz.
Un detalle curioso para nuestra historia parlamentaria: las
Cortes, que venían de paso acelerado para celebrar con-
tadas sesiones, demostraron su amor a la estética, a pesar
del apurado trance en que se hallaban, preocupándose en
el adorno del salón de sesiones, para lo que tuvieron la
peregrina ocurrencia de pedir a la Hermandad de la Ca-
ridad sus famosos cuadros de Murillo, conflicto que, al fin,
pudo eludir la Hermandad, salvando aquellas joyas del arte
sevillano, que estuvieron, una vez más, en inminente peligro.
A los quince años ingresó Dadiz (1) en la Academia
de Artillería, en Segovia, y en 1787 obtuvo el grado de
subteniente, distinguiéndose notablemente en sus estudios,
al par que en los ejercicios corporales, por su grande agi-
lidad y destreza, sobresaliendo en el arte de la esgrima,
de la que era habilísimo tirador. En 1790 hallóse en la
heroica defensa de Ceuta, y al siguiente año en la de Orán.
Cuando, a la muerte de Luís XVI, declaró España a Francia
aquella guerra romántica, en la que alcanzáronse grandes
triunfos en la memorable campaña del Rosellón, en que
lucieron sus grandes talentos los generales D. Ventura Caro,
el Príncipe de Castelfranco y D. Antonio Ricardos, el héroe
de Truillas; cuando comenzó la segunda campaña, en 1794,
tomó activa parte en ella Dadiz, hallándose en numerosos
encuentros, hasta el 25 de Noviembre de aquel año, en
que, hecho prisionero de guerra, fué conducido a Tolosa
de Francia hasta que se celebró la paz, regresando a Es-
paña, sin dar oído a las ofertas honrosísimas que, por sus
grandes méritos, hubo de hacerle el Gobierno republicano
de Francia.
(1) El retrato que publicamos procede del que conservan sus deudos,