142 QUIEN NO VIÓ A SEVILLA...
ni al sentir de los españoles acerca de la obra inmortal.
Su cuadro La Muerte de Jesús presidió sus funerales,
como el del Martirio de las Santas Justa y Rufina en
las cárceles, el de su autor, Eduardo Cano.
Luís Jiménez Aranda, hermano del anterior, sin el
talento de aquél, pero mejor colorista, es un pintor de
habilidad, pero de muy escaso vuelo artístico; sus cua-
dros, generalmente, son de costumbres sociales.
Tócanos ahora tratar de un gran pintor: el primero
de Sevilla, tal vez, sin que por esto intentemos rebajar
a ninguno. Gonzalo Bilbao se alza radiante, y, como la
altiva palmera, extiende sus ramas al espacio, y, mirando
al cielo, la tierra y el mar, los refleja en sus lienzos con
verdad maravillosa.
Su labor hermosísima fascina los sentidos, y su brio-
so pincel imprime vida en sus figuras de mujer, llenas
de gracia sevillana y del calor de esta tierra... Dígalo,
si no, su cuadro Las cigarreras: por esta obra nuestro
egregio paisano mereció los honores del triunfo, como los
antiguos romanos por sus victorias. Él sólo, en Sevilla, los
ha obtenido.
Mucho, muchísimo podríamos decir en loor de este
artista sevillano, pero nos aguardan otros, que debemos
mencionar para cumplir con nuestro cometido.
Fernando Tirado pasó... pasó dejando obras muy es-
timables. Su especialidad fué el retrato; pero de tal ma-
nera hechos, que recordaban, por su fina ejecución plás-
tica de esmalte y asombroso dibujo, los ejecutados en el
siglo XVI por Luís de Vargas y Pedro Campaña. En
cambio, cuando quiso hacer historia fracasó, como lo de-
muestra su Comunión de los cristianos en las Cata-
cumbas. Dios no lo llamaba por ese camino. Pintó un