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JOSÉ MÁS 179
y desapareciendo en líneas sinuosas, las balaustradas de sus
azoteíllas, que, como cinturón hecho de ricos encajes, ciñe
el cuerpo de este titán de granito!
Mas entremos en el Patio de los Naranjos, sentémo-
nos en el poyete de la fuente visigoda y aspiremos el aire
de la madrugada. Huele a azahar. El perfume de esta flor
nos adormece. Nuestro espíritu siente la laxitud del ensueño
y de la melancolía. Viene a nuestra imaginación el recuerdo
aromado de los cuentos prodigiosos de las Mil y una No-
ches. La Giralda está vestida de blanco, y su ropaje, he-
cho de cendales de luna, parece temblar sobre el cielo vio-
leta. Bañada en las ondas de la luz lechosa y llena de
perfumes, parece como si celebrara esponsales extraños y
fantásticos con el astro pálido, que sube lentamente, acer-
cándose, besando los encajes del vestido morisco de la ama-
da, dando brillo de acero a los sistros que, en días de
fiestas, se agitan ruidosamente. Ahora, como temerario cam-
panero, se incrusta en sus lomos negruscos; ya asciende
al cuerpo tercero de la torre; su redonda faz queda cor-
tada y aparecen cintos de luz por los huecos del jónico
calado; por último, acaricia el rico adorno corintio, roza
el artístico cupulino y se balancea jugando en la estatua
de bronce que sirve de veleta. La figura, movida por el
viento, brilla, al ser acariciada por los blancos rayos, co-
mo ángel áureo y de nacaradas alas que ha surgido mi-
lagrosamente para bendecir las nupcias del astro pálido
con la torre maravillosa.
No hay pluma ni pincel que puedan describir este
espectáculo. A inconmensurable altura, sirviendo de bóveda
inmensa a esta joya del arte, el cielo reluciente de estre-
llas; más cerca, sombras que cambian de lugar, que se
alargan y se retuercen como en una visión dantesca, y