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QUIEN NO VIÓ A SEVILLA...
y hunde en el polvo su frente, construyeron, como carros de
su triunfo en el amor y tronos de su exaltación en el
abajamiento de la transubstanciación Eucarística, las artís-
ticas Custodias de la Magdalena, del Salvador y de Santa
Ana, de Triana; ricos palos de costosos tisúes y brocados,
suspendidos de pértigas de argentada mazonería y primo-
r0808 repujados, doseles con que se cubre en las anuales
visitas a los enfermos en el tiempo Pascual, y bellísimas
literas, como la de la Sacramental del Salvador; cande-
lería, en fin, para sus altares, obra de peritísimos orfe-
bres, en donde no se sabe qué admirar mejor, si la can-
tidad del metal precioso, o lo delicado de la factura de
la pieza, pareciendo que no puede llegar más allá el amor
de lo que se ha hecho en las Sacramentales de Sevilla por
la honra del Dios escondido y velado bajo los accidentes
Eucarísticos.
Roma, la ciudad santa, tomó para sí, y copió de Se-
villa, la admirable institución de las Hermandades Sacra-
mentales, y la generosa piedad de nuestros padres dotó de
ricos palios a las parroquias de la Ciudad Eterna, para
que en ella, como entre nosotros, se tributara toda honra
posible a Aquel que quiso desposarse con nuestra pequeñez
y miseria,
Ha hecho más el amor en esta tierra bendita: no paró
en construir retablos, verdaderos monumentos, como el del
Salvador, para sus Sagrarios, e iglesias como la capilla
de San Clemente, de nuestra Iglesia Mayor, para reservar
en ellas las Santas Formas; ostensorios y tabernáculos en
donde el arte y la riqueza, con noble emulación, prepa-
raron magníficos tronos a la Majestad Divina, como el de
Alfaro, de nuestra Catedral, obra maestra en su género;
sino que, agotando sus inventos, para exponer más dig-