JOSÉ SEBASTIÁN Y BANDARÁN 205
namente a este Señor a las súplicas y adoraciones de su
pueblo, levantó altares de bruñida plata, como el de la
antigua Casa profesa de la Compañía, hoy en el Salvador;
el de la parroquial de Santa Ana, y el de San Bartolo-
mé, piezas magníficas que justifican el título Eucarístico
de nuestra ciudad bendita.
Bares px Srises.—Cifra y compendio del amor de
Sevilla a la Hostia Santa y a la Virgen Purísima, son
los cultos espléndidos, inimitables, de su Iglesia Mayor,
madre y maestra de todas las de América, en las oc-
tavas del Corpus Christi y de la Concepción Inmaculada,
y en el triduo de desagravios de Carnaval.
A los antiguos mozos de coro han sucedido los niños
seises, que, en número de diez, y revestidos de vistosos
vaqueros de raso blanco y adornos rojos o azules, según
las solemnidades, cubiertas las cabezas con clásicos som-
brerillos, cantan, al compás de rítmicas danzas, los tra-
dicionales amores de Sevilla ante el trono magnífico que
se erige en la Capilla Mayor de la Santa Iglesia, y que,
semejando gigantesco ostensorio de cincelada plata, mues-
tra en el viril, cuajado de diamantes y perlas, al Cordero
inmolado por los hombres, y a sus pies, como gota de
sangre desprendida del Corazón herido del Salvador di-
funto, a la Virgen, preservada de la culpa por una re-
dención especialísima, primorosa escultura debida a los cin-
celes del clásico Roldán.
¡Tardes de cielo las tardes sevillanas de bailes de set-
ses! Han cesado en el Coro las graves notas del oficio
divino; sumidas en misteriosa penumbra las amplias naves
del magnífico templo, vaga por ellas un ambiente de santo
misticismo; rodea la devota muchedumbre la Capilla Ma-