210 QUIEN NO VIÓ A SEVILLA...
trabajó por sus Prelados, como D. Pedro de Castro, y por sus
autoridades, como el Asistente Conde de Salvatierra; divulgó
la creencia piadosa con obras inmortales, debidas a las
gubias y mágicos pinceles de sus artistas Pacheco y Mon-
tañés, Zurbarán y Murillo, Pedro Roldán, Villavicencio y
el Mulato, entretejiendo así la espléndida corona que ci-
ñiera a las sienes de la Virgen el augusto Pontífice Pío IX
en 8 de diciembre del año del Señor, 1854.
Ciudad de la Inmaculada y tierra bendita de María,
venerada por los sevillanos en mil advocaciones y miste-
rios, ora con el soberano título de Reina de los Reyes,
en la secular efigie, dádiva del Rey Santo, a la que acude
fervoroso el pueblo demandando sus gracias y favores, so-
bre todo en la mañana y procesión indescriptibles del 15
de agosto, y otras veces llamándola Salud de los en-
fermos, Amparo y Alegría de los hombres, en devotas
efigies de las collaciones de San Isidoro, San Bartolomé
y la Magdalena; Madre y Señora del Rosario, en la pa-
rroquia del mártir San Vicente; del Coral y de Rocamador,
en San Ildefonso y San Lorenzo; Divina Maestra, en San
Martín; Refugio, en San Bernardo; Paz, en Santa Cruz;
Reina de Todos los Santos, en la Feria, y Esperanza,
en el célebre barrio de la Macarena.
Tierra de María Santísima, ya que a Sevilla debe
la Santa Iglesia invocar a la Virgen con el título dulcí-
simo de Pastora, revelación prodigiosa que mereciera el
Venerable Fray Isidoro de Sevilla, de nuestro convento Ca-
puchino; Tierra de María Santísima, honrada en siglos
pasados con celebérrimos Rosarios de la Aurora, y en
nuestros días con la anual procesión que, durante las no-
ches de octubre, visita las iglesias, cantando por la ciu-
dad el rosario bendito; Tierra de María Santísima, que,