224 QUIEN NO VIÓ A SEVILLA...
diosos hechos que se conmemoran. Parece como que la
Pasión y Muerte de Jesús, al ser representada, quiere más
el grave silencio de la noche y su majestad serena, que
el ruído y el esplendor del día; más la luz melancóli-
ca de las estrellas, que la ardiente luz del sol. Cuando
el espíritu vive la vida del sentimiento, todo lo refiere a
esta esfera de su actividad, y, al remontarse a la consi-
deración de los Misterios que la Iglesia en estos días con-
memora, el dolor le hiere: el dolor inclinó siempre los
corazones del lado de la soledad y de las tinieblas. Las
imágenes de Jesús, ora llevando la Cruz a cuestas, ora
pendiente del Arbol Santo, y las de María Santísima, que
sigue al Hijo amado por la calle de la Amargura, le
acompaña en su agonía, y, sola con su dolor, llora al pie
del patíbulo en que Aquél expira, parecen más dolorosas en
el silencio de la noche, alumbradas por las trómulas luces
de la tierra y las pálidas estrellas del cielo. Considera-
mos más vivo el dolor de Jesús y más profunda la tris-
teza de la Santísima Virgen, cuando la claridad del alba
besa las sienes divinas. Al amanecer, la imaginación, exal-
tada y avivada por la vigilia, ve con más claridad y
penetra mejor en el fondo de todas las cosas.
IV
No cabe en lo humano describir la pompa y majestad
con que se celebran las solemnidades de la Semana Santa
en la grandiosa Catedral de Sevilla.
¿Quién, si una vez lo oyó embebecido, podrá olvidar-
se del Miserere de Eslava?
La majestuosa grandeza del templo, sus innumerables