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LORENZO DE MIRANDA pol
metían pueblos infieles a sus armas victoriosas, guiados por
el lábaro santo; piadosas princesas que dieron sus mejores
joyas a las Imágenes que, reverentes, adoraron; castas vír-
genes del Señor, que encerraron todo el mundo terrenal en
los pliegues de sus blancas tocas; y todos los que, repre-
sentados en mármoles, bronces y lienzos, tienen un sepulcro
o un altar en los claustros del portentoso templo, revi-
viendo por las melodías del Miserere, exclaman fervorosos:
«¡Señor, ten misericordia de mí! ¡Miserere! ¡Miserere!»
Loorenzo de DÚúranda.