Full text: Quien no vió a Sevilla

JOSÉ MARÍA DEL REY 241 
Las bellísimas mujeres que a la fiesta concurren, ata- 
viadas con sus mejores galas, que lucen con singular do- 
naire; el público alegre y bullicioso, que llena los tendi- 
dos; la música que, con sus acordes, ameniza el espectá- 
culo, y las voces de los vendedores que pregonan su 
mercancía, gritando: «¡Hay Carta Blanca! ¡Hay Valdespi- 
no! ¡Avellanas y chochos! ¡Bocas y langustinos!», etc., et- 
cótera, forman un conjunto tan especial, tan característico, 
que no ofrece ninguna otra fiesta, 
Y si de la corrida hablamos, todo en ella es origi- 
nal: los cambios de suerte que marcan, la alegre trom- 
petería; el toro sale más levantado que en ninguna otra 
plaza, por lo largo del callejón que recorre, y que, se- 
gún parece, va desarrollando progresivamente su fiereza; 
los toros suelen resultar muy bravos, porque los ganade- 
ros destinan sus mejores reses para estas corridas, y los 
diestros contratados, que son siempre los de más fama, 
se esfuerzan en realizar sobresalientes faenas, convencidos, 
aquéllos y éstos, de que los juzga público inteligente, y 
que, siendo la llave de la temporada las corridas de Sevi- 
lla, que presencian muchos empresarios, el que resulte 
vencedor en esas lides asegura pingúes ganancias. 
Finalmente, el público que asiste a estas corridas, co- 
nocedor de las dificultades, siempre se muestra benévolo 
con empresas, ganaderos y diestros, y es raro que surjan 
conflictos de orden público, habiendo desaparecido, en mu- 
chas ocasiones, los temores de un tumulto, con solo una 
broma o una frase oportuna de cualquier espectador. 
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