296 QUIEN NO VIÓ A SEVILLA...
sionadas canciones, desborde de oloroso vino, siniestro re-
lucir de buídas navajas, reflejos de doradas lentejuelas en
ceñidos trajes de lidiador, policromía de madroños, casca-
beleo de jacas arrogantes, misterio de rejas confidenciales,
epigramas de agudo ingenio, rumboso desprendimiento en
el gasto, soberano atractivo en sus fiestas características,
deleite celestial en la mirada de sus lindas mujeres, que
tienen en los ojos el influjo irresistible de la pasión y en
sus brazos prometedores la miel de todos los placeres.
Relató también la tragedia de sus Cristos sangrantes,
de sus Vírgenes llorosas, de sus penitentes arbitrarios, que
encienden el fervor religioso con el oro de las bodegas;
de la oración popular que sube a los labios en los días
famosos de la Semana Santa, la admirable saeta, mezcla
de cristianismo y paganía... Divulgó el regocijo y la gran-
deza de su Feria primaveral, con las tardes de toros y las
noches de alegría, con los coches flamencos y las coplas
insinuantes, con el cálido fuego de las pasiones, que hace
hogueras de los suspiros, encendidas áscuas de los ojos,
cargados de ansiedades, arcano profundo de los corazones,
donde el amor sepulta la semilla primera de una promesa,
Habló de todo esto y de mucho más, con una fe,
y un entusiasmo, y una decisión, que fué bastante para
inflamar al mundo y que le rindiera perpetuo homenaje
de sus admiraciones.
Y eso es Sevilla, en efecto; y eso será, con el favor
de Dios, por los siglos de los siglos, amén.
Porque, a través de los días, a lo largo del tiempo,
que todo lo muda y lo trastorna, no cambia lo que es
la esencia de su sér. Avanzarán prodigiosamente sus in-
dustrias; subirán al espacio, como lanzas bajo el azul, sus
altas chimeneas, airosamente engalanadas con el penacho
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