38 QUIEN NO VIÓ A SEVILLA...
—Un comediante.
—Reliquia del viejo romanticismo. Háblenle de lo mo-
derno, y exclamará trágicamente:
¡No diera yo un Girón por cien Guamanes!
De mesón en mesón, de venta en venta, rodó por vi-
las y lugares. Fuó galán, bobo y barba. ¡Si hubiese po-
dido representar en el Corral de las Comedias, de Madrid...!
La envidia... ¡Siempre la envidia!
—¡Pobre hombre!
—Vive en el mundo de su pasado glorioso, y no pueden
con él ni el reuma ni el catarro. Albergue de desocupa-
dos y afligidos, aquí apagan su sed los sedientos, y los
asendereados descansan.
—Esta es la casa de todos.
—De todos los que no la tienen. ¡Cuántos buscan aquí
el fuego que en su propio hogar les falta! ¡Cuántos matan
el tiempo, cuya muerte lloran después en días negros e
interminables! Muchos, apostados tras las vidrieras, se en-
frascan en la labor sin designio de ver las gentes que por
la calle transitan como figuras de una cinta cinematográ-
fica sin fin. Viven viendo pasar. Pero lo que pasa no les
deja nada, ni ellos toman nada de lo que pasa.
—Así acontece también fuera del Café. Miramos, pero
no atendemos; y a nuestra vez pasamos. La tierra y el
mar no se olvidan ni del arado ni de la nave: los recuer-
dan el surco y la estela. De quien nada dejó tras de sí,
¿quién se acordará?
—Tiene el Café su psicología.
—Porque tiene alma... aunque parezca un contrasentido
que la tenga. Aquí se habla de todo: de lo temporal y
de lo eterno. No hay maestro de obra prima que no dé