rruaje/ y, cuando le alcanzó, se subió a la trasera con
tal presteza, que demostraba lo bien ejercitado que
estaba en semejantes ardides. Allí sentado, se dejó
llevar por el mismo hombre a quien él perseguía.
Durante diez minutos estuvieron recorriendo dife-
rentes calles, y el cochero no parecía tener gran pri-
sa. Krag hasta le oyó canturrear una canción según
iba, tranquilo, sentado en el pescante.
Por fin, paró delante de una casa grande, que se
alzaba en un jardín de alta verja. En seguida se
abrieron de par en par las puertas, y una voz pre-
guntó:
—«¿ Trae a alguien consigo?
—No—Hfué la respuesta del cochero.
A esto, el coche atravesó la entrada y avanzó por
un camino enarenado del jardín.
Krag bendijo la obscuridad, que le permitía per-
manecer acurrucado entre las ruedas traseras sin ser
visto por nadie. Ya dentro, se tiró al suelo y se es-
condió entre el ramaje.
Oyó al cochero hablar con otra persona, pero no
entendió lo que decían. Luego llegó a sus oídos una
voz de mujer. Esperó hasta que metieron los caba-
llos en la cuadra y el cochero desapareció en su
cuarto.
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