El guardia que la noche anterior se había encon-
trado con la joven dió un paso al frente y dijo:
—Yo pude ver bien claramente que aquel hom-
bre llevaba puesto un sombrero de ala ancha.
La joven manifestó de pronto:
—Es también posible... Estaba tan obscuro, que
no pude distinguirlo bien.
—«¿No tenía un bastón en la mano?
—Sí; observé que tenía un bastón.
—¿Un bastón de marfil?
La joven se iba poniendo más intranquila por
momentos. Parecía que la resultaba un verdadero
tormento tener que contestar a aquellas preguntas.
—Sí; al menos, el puño era blanco—contestó en
voz baja.
En aquel instante, el caballero esbelto, levantán-
dose de repente de la silla próxima a la puerta, di-
rigió al jefe la pregunta:
—¿Me permite que continúe yo interrogando
unos momentos?
—Con gusto, señor Krag—Hfué la respuesta.
La joven se estremeció al oír el nombre del cé-
lebre detective. |
-—Nada más tengo que decir—murmuró ella,
—Sólo voy a dirigir a usted un par de pregun-
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