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Krag la preguntó:
—«¿Sin duda, habrá leído usted que estos días
ha sido asesinada una joven, verdad?
—Según se me ha dicho, no se está seguro de que
haya sido asesinada; se sospecha que se ha suicida-
do—alegó la joven.
—Puedo afirmar a usted que ha sido asesinada;
poseo las características del asesino.
—«¿ Y coinciden con las del cochero?
—El asesino es un hombre ya de edad avanza-
da, algo canoso, y pertenece a la clase educada de
la sociedad. Usa levita, sombrero de ala ancha y
bastón de marfil. :
Al oír las últimas palabras, la joven tembló.
—Y el hombre a que me refiero es ese cochero y
ningún otro—prosiguió Krag—. Hace vida doble,
muy extraña. Como puede usted figurarse, para mí
sería sumamente sencillo prenderle. Pero me intere-
sa mucho penetrar en el fondo del secreto que estos
sucesos encierran, para lo que me hallo en buen ca:
mino. Mas temo que todas mis esperanzas se pier:
dan si le hago prender, de buenas a primeras, con lo
que se cerrarían todas las bocas. Además, todavía
me faltan las pruebas plenas. Como ve, señorita, le
soy a usted franco. Me imagino cuanto sucede, y no
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