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—De diez.
—Envíelos en seguida en el coche a la villa del
cónsul X...
—Bueno. ¿De qué se trata?
—.Del hombre del bastón de marfil.
—¿Se encuentra en la villa?
—SÍ.
—Bien. Yo iré también.
Los dos policías abandonaron la tienda sin pre-
ocuparse del tendero, el cual se quedó junto a los
vidrios rotos de su escaparate, lamentándose en voz
alta.
Entre tanto, los dos se volvieron a la villa. El
crepúsculo comenzaba ya a disipar las tinieblas. Ni
en el edificio principal ni en la habitación del coche-
ro se veía luz alguna. Por todas partes allí reinaba
un profundo silencio.
Krag iba a escalar la verja, cuando advirtió que
la puerta estaba abierta.
Una maldición se escapó de sus labios y murmuró:
—De modo que alguien ha salido en seguida de
la casa cuando yo me marché. ¡Una cerilla!—gritó
luego al guardia.
Krag encendió toda la caja, que produjo una viva
llama, como si fuera una antorcha. Con su auxilio,
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