do entre dientes repetidas veces: “Con que usted no
tiene sellos.” Y luego se marchó.
—Mirando a la calle, dice usted. ¿No miraba a
la calle a través del escaparate?
—Sí, sí, tiene usted razón; miraba por el esca-
parate.
—«¿No calculó usted que, al abandonar el esta-
blecimiento la primera vez, debió ver acaso fuera, a
la luz del farol, a alguna persona cuyo encuentro
trataba de evitar?
—Sí, eso parece probable.
—e¿No advirtió usted si, al volver a salir, ese
hombre se tropezó con alguien en la calle?
—No, tampoco la segunda vez me fijé en ello.
Krag abandonó muy pensativo el establecimiento.
Llegado a su despacho, volvió a recorrer en su
mente todo el asunto aquel, desde el principio hasta
el fin. Tenía el convencimiento de que se hallaba
ante un suceso enigmático. En primer término, los
dos atracos, cometidos justamente en el mismo sitio.
Luego, el encuentro de la obrera con el misterioso
Brandt, también en el mismo lugar. Y, finalmente,
la repentina desaparición de Brandt.
¿Guardaban todos aquellos sucesos relación entre
sí? Y, en este caso..., ¿qué clase de relación era?
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