—¿ Y qué pides?
—Mi libertad.
—Eso depende de que hayas tomado parte o no
en los atracos de la Christian Kroghsgate.
—Sí, yo fuí...
—¿ Has sido tú el que has derribado a los hom-
bres a tierra?
—Eso no; fué mi compañero. Yo sólo vigilaba
para no ser sorprendidos.
—Entonces, te prometo que serás tratado con con-
sideración si me declaras su nombre. :
—¿Quién me asegura que has de cumplir tu pa-
labra?
El detectivz le miró fijamente.
—¿ Me conoces?—le preguntó.
-—Sí. ¿Quién no te había de conocer entre nos-
otros? ;
—En ese caso sabrás que cumplo siempre lo que
prometo.
El pillastre se echó a reír.
—Eres un hombre extraño—dijo—. Y vas a sa-
ber el nombre. Fué Bolzen.
Este Bolzen era uno de los más temibles crimina-
les de Cristianía, y a quien la Policía buscaba hacía
ya tiempo.
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A
ES