sino y la asesinada, habían fijado, naturalmente, de
antemano la hora de la visita de aquél. Tenía sus
razones por las que no quería ser visto. Claro está
que la joven podía haberle dado su llave de la puer-
ta del pasillo; pero ya sabe lo que ocurre tratándose
de patronas como ésta: son en extremo «curiosas y
asimismo charlatanas. Por lo mismo, él aconsejó a
la joven que abriera ella misma la puerta, la dejase
llegada y entretuviera a la patrona dentro mientras
él pasaba al cuarto de la interfecta. En mi espíritu
está clarísimo el desarrollo de la acción. El tal es un
perro viejo; con quien nos las tenemos que haber
aquí, doctor; es un diablo que calcula bien y con
sangre fría todos los detalles. De todos modos, le
he de atrapar; no se me escapará...
Krag, contra su costumbre, se había acalorado en
la conversación. Casi demasiado acalorado lo veía
el médico, a quien habían impresionado hondamente
la tragedia horrible y el cuadro espeluznante que aca-
baba de ver.
Ya los curiosos se habían retirado de la puerta y
dé la calle. El coche seguía aguardando, y el detec-
tive le despidió, diciendo:
—No le necesitamos. La noche está tan templada
y hermosa, que es preferible ir a pie.