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Asbjórn Krag se guardó el papel.
—Deje de cuenta mía todo lo demás—dijo éste
al marcharse.
Unos minutos después entraba el detective en la
celda del detenido, quien ya había dormido la mona
y se encontraba tranquilo y en razón. Krag advirtió
complacido que el pillastre tenía todo el aspecto de
un joven inteligente: ¡poseía dos ojos negros y una
sonrisa bondadosa, que inspiraron plena confianza a
Krag.
Cuando entró el detective, él se levantó de su ca-
mastro. El vigilante se había quedado a la: puerta
de la celda, teniendo en la mano un gran manojo
de llaves. Krag le pidió que se retirase.
Luego que se vió a solas con el prisionero, le
dijo:
—Te acordarás que te prometí procurarte la li-
bertad.
—SÍ.
—Pues bien; ya esta misma noche se te va a pre-
sentar la ocasión de escapar.
—«¿De escapar ?—repitió el otro, soltando la car-
cajada—. ¿ Tiene conocimiento de eso la Policía ?>—
interrogó luego.
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