la isla de Titicaca, ofreciendo sus mercan-
cias. Su vestido difiere del que lleva el
aymara, en que usan pantalones y sombre-
ros de falda ancha. Un poncho con dibu-
jos más o menos complicados y siempre sn-
cio, cuelga desde el pescuezo hasta la ro
dilla, sobre los pantalones generalmente
raidos, Dos talegas grandes, como alfor
jas, y una mochila conteniendo coca y
otros ingredientes bellamente bordados, pe-
ro tiesos por la grasa, completan el uni-
forme oficial del Callahuaya ambulante.
Los eneontrabamos en todas partes. Entre
Puno y Sillustani vimos a estas figuras cu-
riosas andando de uno en fondo prosiguien
do silenciosos su camino de aldea indígena
eraldea indígena, de habitación aislada en
habitación aislada, tolerados y recibidos en
todas partes con una hospitalidad sin os-
tentación. Un estudio íntimo de los Calla-
huayas en sus hogares sería muy necesa-
rio, y revelaría una porción de detalles in-
teresantes sobre medicina y brujería aborí-
genas. Por lo pronto sólo podemos decir de
estos buhoneros singulares y emprendedo-