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misma vida de los indios, familiarizándose
con su idioma, penetrando a duras penas y
con muchos sacrificios físicos, en sus cos-
tumbres, su organización y, hasta cierto
límite, en sus creencias religiosas. Medios
tan sagaces luego le gangrenaron un ver-
dadero cariño de parte de los indios, no sin
cierta resistencia en algunos casos; pero
nunca, nos decía el mismo Mr. Bandelier,
con los caracteres de aversión, suspicacia,
recelo superticioso de nuestro indio ayma-
rá, respecto al hombre científico, que escar-
va, remueve y holla las sagradas chullpas.
También aprovechó de la intimidad
que iba estableciéndose entre él y los
indios, para estudiar las numerosas ruinas
antiguas, y empezó así a poner la base para
la formación de un mapa de la distribución
de los vestigios de la antigivedad.
A fines de 1880 regresó a su hogar,
tanto para ver a su esposa, cuanto porque
el Instituto Arqueológico Americano, bajo
cuyos auspicios se hacían las investigacio-
nes, le llamaba a Boston. Allí fué sor-
prendido por la para él inesperada noticia,
de que el Instituto deseaba que fuera a
Méjico, interrumpiendo así los trabajos
iniciados y preparados en Nuevo Méjico.