EL CULTO DE LA SENSACION 139
¿Cézanne, Degas, Manet, Renoir? Desconocidos, perdidos en
medio de la incomprensión general.
¿Las letras? El Naturalismo moribundo pero incansable, pe-
netra en la Academia Francesa; Anatole France sonríe escépti-
camente; Pierre Loti se viste de turco de opereta ostentando una
terretería de medallas y condecoraciones; Paul Bourget publica
sus novelas de una psicología edulcorada; Jules Lemaitre habla
de política y Huysmans acaba de convertirse. Con Albert Samain,
los simbolistas triunfan en las provincias. 'Ya dejaron de aterro-
rizar a los profesores de literatura.
Francois Coppée toma su aperitivo en la terraza del “Café
des Vosges”; admirador de Edmond Rostand, Catulle Mendés
discute acaloradamente en el “Café Napolitain” con el mosquete-
ro cubano Laverdesque, con La Jeunesse, con Gómez Carrillo y
Courteline. En el “Café Vachette”, Jean Moréas juega al dominó
con su amigo Durand, mientras Jean Lorrain publica en Le Jour-
nal sus crónicas lujuriosas y crueles. Paul Fort, Richepin, Re-
gnier, “hacen las delicias” de los salones y del bulevar.
El Teatro oscila entre Porto Riche y Henry Bataille, e in-
quieto por las realizaciones de un Lugne-Poe, mira hacia Antoine.
¿Y Maurras, Bergson, Peguy, Suarés, Claudel, Proust, Bar-
tés? Algunos, por pertenecer a partidos políticos, son leídos con
desconfianza, los otros elevan en vano sus vocés puras: predican
en un desierto,
En mil novecientos catorce, Europa ha llegado al límite de
ese modernismo constituido por la libre coexistencia de ideas an-
tagónicas, de principios de vida disparatados, de conocimientos
inconciliables. Cada cerebro de la élite — y ya sabemos que las
características de ésta constituyen al espíritu nacional — es una
encrucijada resbalosa en que todas las opiniones se compene-
tran. Cada literato es un cocktail de universales pensamientos,
distintos en la raza, época y clima moral, En un libro de France,
por ejemplo, hallamos la influencia de los “ballets russes”, un
estilo retumbante a la Pascal, el impresionismo de los Goncourt,
el superhombre de Nietzsche, un verbalismo “a la maniére de”
Rimbaud, un reflejo de la última exposición de pintura, una pizca
de “humour” inglés, todo eso formando una como vulgarización
cientifico-filosófica.