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NOSOTROS
Exceptuando a los Simbolistas, todas las escuelas literarías
son hijas, más o menos adulterinas, del Romanticismo. Es un
hecho irrefutable que desde más de un siglo, la literatura fran-
cesa se funda en su conjunto y en lo esencial en la misma base.
Tiempo ha que en Francia se dejó de ser clásico, es decir razo-
nable y sano, según la expresión de Goethe.
¿Qué podemos pensar de las últimas realizaciones france-
sas? Que auguran un nuevo clasicismo. El francés quiere fa-
bricar y organizar estéticamente la realidad. Su principio direc-
tor no es el vuelo platónico hacia el ideal, sino su predilección por
el “juste milieu”, por colocarse a la misma distancia de los extre-
mos. La Nación francesa, lógica y crítica, tiene un verdadero
culto por lo moderado y lo que pudiera haber de mediocre en
esa concepción es elevado por el padrinazgo de la antigiiedad
:ásica.
Podemos pronosticar que los escritores modernos harán como
los predecesores, que no quebrarán la continuidad de los esfuer-
zos hacia un ideal humano.
Ayer Valery entraba en la Academia Francesa; hoy es Mau-
riac; mañana será uno de estos escritores oníricos que explo-
raron las riberas desconocidas del yo y de la idea. Y el ejemplo
que tenemos del más interesante nos autoriza a decirlo. Cocteau
aspira inconscientemente, por toda una faz de su arte —brevedad,
precisión, silueta—, a poner a la inteligencia en su lugar: a la
cabecera. Y si no, léanse estos versos sacados de su última obra :
Grecia pequeña y sagrada,
A los números su perfil igual;
Enteramente con tiza
Sobre el negro pizarrón del sol
Atenea de ojos de chivo,
De armas de saltamonte
Zalamera acaricia los bucles
De un templo en pie junto a ella,
¡Pelops! Estatuas hechas con
El asqueroso obsequio de Perseo
A Palas, jamás agujereada,
Saltamonte de la arena griega.
ARIEL ATLÁN.
Buenos Aires, 1933.