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NOSOTROS
con su alfarería primitiva del color de su rostro va rumbo de
la Ciénaga; luego un grupo de españoles —desorientados, hir-
sutos, con sendas armaduras— que vienen del Tucumán bus-
cando el camino más breve para llegar a Córdoba; una partida
de soldados abajeños, probablemente del regimiento de Blanden-
gues, que vuela propalando por los pueblos la noticia de la Revo-
'ución. Más tarde, los llaneros de Quiroga en una tempestad de
lanzas trágicas y de cabelleras revueltas; el general Paz en su
yegua rosilla, cuando, según es fama, se aventuró por la Pampa
de Pocho después de la Tablada; las hordas del Chacho, cargadas
con el botín de San Pedro de 'Toyos, llamada eritonces “La flor
del Oeste”... Y después, los vecinos del valle o de la montaña
al tranco desganado de sus cabalgaduras, consagrados a sus habi-
tuales preocupaciones: rumiando algún pequeño pleito o ras-
treando algún animal extraviado... Toda la vida serrana y acaso
la historia patria converge milagrosamente allí, desde el indio
que vendía cacharros y dejó por herencia la sufrida resignación
de su raza, hasta el caudillo que se malogró en estériles combates
o el paisano ingenuo, atado por la ignorancia a algún prejuicio
ancestral... ¡Tombres! ¡ Fantasmas pasajeros!... ¡Nada más!
En médio de la luz semiborrosa, levanto los ojos extravia-
dos. Allá en el extremo del callejón, sobre la copa del último
alamo, por encima de la ruta de los caminantes, resplandece,
como una lámpara de paz, la estrella de la tarde.
CArLos N. CAMINOS.