POEMAS DE UN MUNDO SECRETO | 191
Y a los moribundos también. Rueda un hombre en la calle.
Gritos, confusión, corridas. Rápidamente todos rodean a aquel
ser que ha caído alli sobre las piedras y que ahora está sobre
un charco de sangre y grita desesperadamente. Y grita y grita
y nadie atina a hacer nada. Diríase que lo único que pueden ofre-
cerle es su presencia, el cerrado y compacto círculo que se va es-
trechando cada. vez más en su torno como para que su dolor no
se-escape de allí, Y luego la ambulancia, la camilla, los gestos
descompuestos de siempre y la huída vertiginosa a través de ca-
lles, esquinas y más calles. :
Tres días estuvo sin poder morir. Yo me acerqué a su cama
la última tarde cuando una extraña serenidad había brotado en
su rostro y le permitieron hablar. Conversamos poco. ¡Qué blan-
co era todo en torno! Las camas, las sillas, las paredes, los mé-
dicos, las enfermeras, hasta el piso, ¡qué blancos! Al salir de
allí me pareció no haberme manchado nunca, no haber pecado
nunca... Pero... ¿qué os contaba? Ah, sí... Hablamos. Ape-
nas oía yo su voz. Recordamos muestra común infancia y al
terminar le dije que a mí también me gustaría morir.
—No lo lograrás, respondió. En cambio, dentro de unas ho-
ras, a más tardar un día y seré superior a tí. Sabré.
Difícil es que alguien hubiera podido medir el orgullo con
que dijo estas, palabras, el gesto de superioridad que torció su
rostro, como si tiraran, ya, de él, tan apresuradamente, fuerzas
ocultas más allá de la vida.
Recuerdo que entonces le pedí que me dejara ir con él, acom-
bañarle en su muerte.
Se negó.
Elsie también se negó a que su muerte fuera mía.
Como en el sueño.
Pero no sé, ahora, si la muerte de aquel hombre fué sueño o
realidad, o si la muerte de Elsie era la realidad y aquello fué el
sueño.
LOS INSTANTES
MT
Es que no hay nada ni nadie que pueda extirpar esta idea
de la muerte, Ni tu risa, Elsie, ni tus ojos, ni la fina red de tus