CRÓNICA
215
Ings. Alberto Durrieu y F. Ferrari Rueda, a las que añadimos las mues-
tras dos o tres más correligionarios, de esta Capital.
. La audiencia, que había sido obtenida por mediación del senador na-
cional Pedro Larlús, también concurrente a ella, tenía por objeto, como
se comprende, ampliar verbalmente las consideraciones que informaban
el proyecto, y tomamos parte en ella todos los citados, salvo Capdevila
y Ferrari Rueda, que quedaron en Córdoba.
- El señor Presidente nos atendió deferente y largamente, dando oca-
sión a que todos los presentes que quisieron, expusieran sus observaciones
y luego habló él, empezando por señalar que advertía la importancia
del tema que nos llevaba y de la doctrina georgista que invocábamos, la
cual “por supuesto — dijo — conozco perfectamente”, extendiéndose
enseguida en una divagación de carácter mistico-patriótico, y también pre-
guntándonos si contábamos con muchos afiliados, pero sin que, por mi
parte, pudiera sorprender en sus' palabras concepto alguno con atingen-
cia determinable a las cuestiones de gobierno que le proponíamos.
Al salir de la audiencia, como es natural, nos hicimos comunicación
de las respectivas impresiones sobre la misma; y recuerdo que la mía,
expresada en los términos de compañeril confianza que primero tuve
a mano, fué, palabra más o menos, la siguiente: “A mi juicio este señor
€s una especie de espiritista barato que no ha entendido nada de lo que
le hemos dicho, ni sabe nada de doctrinas económicas de ninguna clase,
ni le importa nada del memorial, ni debemos esperar que hará cosa al-
guna a su respecto”.
Los términos, sin duda poco académicos, de dicha manifestación, re-
flejan exactamente la opinión que desde entonces adopté y que nunca
hallé motivo para cambiar. Opinión que, dicho sea de paso, podrá ser
discutible; pero no se dudará que el vaticinio ha resultado exacto y, por
lo demás, fácilmente atestiguable, Presumo, que Giusti no conocería esa
opinión, pero es seguro que no habrá visto, en los años transcurridos,
ni una línea mía que la contradiga.
Dicho se está que, tan poco esperanzado sobre el jefe del Partido
Radical, no podría estarlo más sobre el partido mismo, por ser tan
notoria su estrecha sujeción a las determinaciones del caudillo. Y hallé
ocasión de manifestarlo en el número aniversario de Nosorros (1927)
donde estuvo a mi cargo la reseña sintética de la vida política del país
durante los veinte años precedentes.
, Enumerando la acción de los diversos partidos, dije del Partido Ra-
dical, entre otras cosas, que “carente de programa concreto y de un
conspicuo elenco de gobernantes, y un jefe de dotes de estadista, su ac-
ción resultó un desencanto, para el promedio del electorado, separándose
de él lo más granado de sus elementos dirigentes”, añadiendo que “en
cuanto hoy es posible aplicar al asunto una visual de perspectiva histó-
rica, creo poder afirmar que la actuación de dicho partido y de su jefe
carece de importante significación y que, andando algún tiempo, queda-
Tá relegada en el olvido”. .
Por entonces no veía en el panorama político del país sino “una
fuerza partidaria relativamente condensada y en vías seguras de sólida
cohesión: la coalición de elementos conservadores, que, bueno es adver-
tirlo, no son de índole reaccionaria, pues el reaccionarismo cuenta tan
Poco entre nosotros como el comunismo o anarquismo”.
Sabemos que más tarde alcanzó el irigoyenismo por segunda vez el
gobierno nacional y casi todos los provinciales, pero también sabemos que
bastó un paseo de cadetes para derrocarlo (como ya el comicio lo iba
derrocando) sin que nadie levantara un dedo en su sostén. Cerrada su
historia, vemos que no consiguió ni siquiera destruir “el régimen” (de
lo que tanto se jactara) ni muche menos la oligarquía que, mediante la