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NOSOTROS
—H:'* fallecido ALrreDo Costa Ruserr, que fué el administrador de
Nosorros y eficaz colaborador de esta revista, en su primera épo-
ca, desde su fundación hasta el No 20, Fué en su casa, en una inolvidable
piecita de la plaza Montserrat, donde conocieron a Nosorros, nuestros
amigos más lejanos. Empleado más tarde en el Ministerio de Instruc-
ción Pública, fué su bibliotecario hasta su muerte, y también largos
años profesor en el Colegio Nacional Mariano Moreno. En el acto del
sepelio nuestro director Alfredo A. Bianchi, al rendir el último home.
naje al amigo extinto, recordó los días esforzados en que le teníamos
por compañero en esta empresa que guarda celosamente la memoria de
quienes le dieron algo de sí.
Elegía al Restaurant Ferrari,
E: viejo restaurant Ferrari, de la esquina de Uruguay y Sarmiento,
ha cerrado sus puertas. La ciudad se transforma: cambian sus cen-
tros de diversión; cambian las aficiones, los gustos, los caprichos del
público. Asi murieron — recordando lo que nuestra generación ha al-
canzado — el Americano, Rebecchino, Charpentier, el Sportman, el Pe-
tit Salon, el Aguila de la calle Florida, la Perla, el bar de Luzio y
Monti, el -Aue's Keller, el Royal, el café de los Inmortales -— que no
ha de resucitar aunque se evoque su nombre —, lugares todos vincula-
dos, de uno 1 otro modo, a la vida espiritual del Buenos Aires que se
fué, a nuestras letras, a muestro arte. El restaurant Ferrari vió pasar
por su sala de banquetes a todos los escritores, argentinos y extranje-
ros, a quienes Nosorros reunía en horas de camaradería inolvidable al
rededor de la mesa fraternal, Eramos más de sesenta quienes rodeábamos
en esa sala a Blasco Ibáñez, en 1909; como ciento cincuenta en torno
de Amado Nervo, diez años después. Y allí agasajamos en fecha más
reciente — ¿quién los recuerda a todos? — a Armando Donoso, a
Pedro Prado, a Enrique González Martínez, a Baldomero Sanin Cano,
a Ernesto Ansermet. Pero Ferrari quedará ligado a la tradición de la
vieja guardia de Nosorros, sobre todo por aquellos almorzáculos de los
domingos, que nos reunían allá entre 1008 y 1900, en donde eran infal-
tables Florencio Sánchez, Evaristo Carriego, Charles de Soussens y
aquel mecenas de poetas y bohemios que fué Salvador Boucau, Toda-
vía se paseaba en torno de las mesas, entonces, el gordo fundador y
dueño de la casa, vigilando sus ravioles y sus pollos, asados éstos con
celo y ciencia infusa de rótisseur — que ello se nace y no se hace —;
pero ya han corrido muchos años desde aquel en que st corpachón de
fondero de genuina estirpe, descansa en su tierra natal el sueño de los
justos que hicieron bien al prójimo, alegrando su fugaz existencia. To-
davía brilló largo tiempo el Restaurant con su antigua luz, bajo el
diligente sucesor, Valicelli; pero no hay cosa que la Vida no consuma.
Ahora es el auge de las boites: al buen Chiant; cordial, sangre templada
de una tierra generosa y diserta, se le prefiere el frío y agresivo co-
petín, hijo de la niebla, del esplín y de In necesidad de olvidar, Esto
para los que tienen, o creen o fingen tener: que nara los demás. ya
sobra hasta el bar automático.
Saldamos con esta elegía fracasada nuestra deuda con el viejo Res-
taurant, si es que alguna adición se dejó sin pagar cualquier comensal
distraído, que bien pudo haberlos entre los bohemios de nuestra compañía,