226
NOSOTROS
cia. Compone sus obras para un lector único, que es él. Ansía
una clase de perfección verbal y sensible sin la cual no puede
concebir que haya arte literario. Una vez que ha conseguido do-
minarla, su técnica se fija en una sintaxis de cuño particular.
Se identifica con ella desde su primera página de los veinte años
hasta la última de los cincuenta. Pero no es un molde invariable.
Se afina de momento a momento, de libro a libro. Aspira a trans-
formar la palabra en una síntesis de sensaciones. Su historia
se compendia en este esfuerzo de treinta años para llegar a hacer
caber en una frase un espejo animado de las cosas. Entran en su
alma por los cinco sentidos corporales. Se transfunden luego en
un concepto armónico y único.
Gabriel Miró ve las cosas como si tuvieran la unidad vi-
viente de un ser. Copiaré esta descripción del agua que brota
aaturalmente de la tierra en montañas y llanuras:
“Si ve bullir el agua en la sierra o en la vera, la sentirá con
los ojos, con las manos, con la boca, con el pecho, aspirándola
desde la superficie al fondo. Si pasa por los secanos, se incor-
vorará su carne la sed de los terrones. Y en la sed se le aparece
el agua. en todas sus imágenes: agua de hontaneda, delgada y
virgen; agua despedazada por los berrocales; agua de rambla,
con guijas tibias de sol y adelfos rojos; agua celeste de albercón;
agua de pozo, que siempre está esperando. nuestra mirada; agua
de surtidor, que sube soltándose entera en cada gota, cada gota
cerrada con luz y júbilo de ser ella hasta el cielo, y arriba se
dobla el tallo de toda el agua y cada gota vuelve a ser agua lisa
de balsa; agua hacendosa de molino; agua que se aprieta en los
alcorques, calando las cepas y los troncos; agua de lluvia; agua
cogida viva dentro de la mano; agua de la peña a la boca como
una miel mordida en la bresca y como una fruta en la rama; agua
recién nacida, que se arranca con cantarillo de lo más profundo
del origen, que todavía sale con el helor duro de la piedra, y viene
sin sol, sin cielo, sin campo encima y dentro de ella; agua afilada
y desnuda; agua de roca... ¡Quién la recogerá y torcerá como
un paño precioso! Dios. Pero, además de Dios, ¿no cae también
en poder de los hombres que la uncen como un buey a todos los
trabajos y servicios, y la ciegan en cañutos de plomo y de ce-
mento, y la cuentan, la miden y la envuelven en fojas de escri-