Full text: T. 80.1933=Nr. 292-295 (1933008000)

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NOSOTROS 
cia. Compone sus obras para un lector único, que es él. Ansía 
una clase de perfección verbal y sensible sin la cual no puede 
concebir que haya arte literario. Una vez que ha conseguido do- 
minarla, su técnica se fija en una sintaxis de cuño particular. 
Se identifica con ella desde su primera página de los veinte años 
hasta la última de los cincuenta. Pero no es un molde invariable. 
Se afina de momento a momento, de libro a libro. Aspira a trans- 
formar la palabra en una síntesis de sensaciones. Su historia 
se compendia en este esfuerzo de treinta años para llegar a hacer 
caber en una frase un espejo animado de las cosas. Entran en su 
alma por los cinco sentidos corporales. Se transfunden luego en 
un concepto armónico y único. 
Gabriel Miró ve las cosas como si tuvieran la unidad vi- 
viente de un ser. Copiaré esta descripción del agua que brota 
aaturalmente de la tierra en montañas y llanuras: 
“Si ve bullir el agua en la sierra o en la vera, la sentirá con 
los ojos, con las manos, con la boca, con el pecho, aspirándola 
desde la superficie al fondo. Si pasa por los secanos, se incor- 
vorará su carne la sed de los terrones. Y en la sed se le aparece 
el agua. en todas sus imágenes: agua de hontaneda, delgada y 
virgen; agua despedazada por los berrocales; agua de rambla, 
con guijas tibias de sol y adelfos rojos; agua celeste de albercón; 
agua de pozo, que siempre está esperando. nuestra mirada; agua 
de surtidor, que sube soltándose entera en cada gota, cada gota 
cerrada con luz y júbilo de ser ella hasta el cielo, y arriba se 
dobla el tallo de toda el agua y cada gota vuelve a ser agua lisa 
de balsa; agua hacendosa de molino; agua que se aprieta en los 
alcorques, calando las cepas y los troncos; agua de lluvia; agua 
cogida viva dentro de la mano; agua de la peña a la boca como 
una miel mordida en la bresca y como una fruta en la rama; agua 
recién nacida, que se arranca con cantarillo de lo más profundo 
del origen, que todavía sale con el helor duro de la piedra, y viene 
sin sol, sin cielo, sin campo encima y dentro de ella; agua afilada 
y desnuda; agua de roca... ¡Quién la recogerá y torcerá como 
un paño precioso! Dios. Pero, además de Dios, ¿no cae también 
en poder de los hombres que la uncen como un buey a todos los 
trabajos y servicios, y la ciegan en cañutos de plomo y de ce- 
mento, y la cuentan, la miden y la envuelven en fojas de escri-
	        
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