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NOSOTROS
turas de propiedad? Esta es el agua urbana; y el agua es crea-
ción y corazón que estremece lo creado, espejándolo y compren-
diéndolo todo: tierra, firmamento, aire, soledades. Agua en E
inocencia y la gracia antés de los primeros hombres de empresas
hidráulicas”.
¿No es verdad que oímos la música de las palabras y la mú-
sica de las ideas que salen de este párrafo de asombrosa poli-
Fonía? Así es todo Miró. Ve, toca, oye, gusta, huele la natura-
leza del universo en una gota de agua o en un paisaje monta-
ñés. Luego trasmuda en vocablos la esencia de su significación.
En el párrafo que he transcripto hallamos los elementos per-
manentes de la técnica de su arte. Estudiémosla con atención. Usa
palabras que definen cada cosa con un término propio. Sólo nos
parece raro por la ignorancia del idioma estupendo que estamos
olvidando en América. ¿Qué culpa tiene Miró de que nosotros
20 llamemos alcorque al hoyo que se cava al pie de las plantas
para mantener el agua de riego? ¿Si decimos panal de miel a la
bresca? ¿Si empleamos la palabra frialdad para todo frío, y no
la palabra helor, que es el frío duro y penetrante del hielo seco
o del agua helada en un recipiente de metal o en la roca dura de
la montaña? ¿Si bautizamos impropiamente de pileta al lugar ar-
tificial en que encerramos el agua en una alberca o albercón?
¿Si dejamos a un lado, por el melodioso término manantial, que
lo mismo se aplica en la llanura o en el monte, el más melodioso
y preciso de hontaneda, en el que vemos materialmente el origen
del agua en un hueco profundo de la peña? Leer a Miró es en-
riquecerse de palabras magníficas, de la más pura cepa espa-
ñola, que desdeñamos en nuestro afán moderno de empobrecer
los idiomas. No olvidemos que aquí en la Argentina, para hablar
con el mínimo de precisión posible, la gente llama “un coso” a
todas las cosas, por infinitamente diversas que sean. Miró nos
obliga a ir al diccionario dos o tres veces por página, y muchas
de ellas ni siquiera allí hallamos la expresión buscada. Miró la
aprendió del pueblo, de la gente humilde, que conserva en su ha-
bla un vocabulario de una riqueza superior a todos los léxicos
conocidos. Esto será un mal para el lector perezoso. No lo es
para el que busca el modo de definir toda cosa particular con el
nombre que tiene y no con un vocablo pobre, que lo mismo se