EL ARTE DE GABRIEL MIRO 229
aplica a un chirimbolo de dos centavos que al platón de la Capi-
lla Sixtina divinizado por Miguel Angel. El lenguaje de sus -
bros es de una riqueza técnica prodigiosa. En el idioma sin igual
de la tierra española cada parte de la montaña, de la llanura,
del árbol, del animal, de un oficio, del moblaje, de la habitación,
tiene un nombre claro, preciso, que la distingue de todas las de-
más. Brota en sus páginas no por un afán de buscar la palabra
difícil, como place a los malos escritores que creen ser cultos
y son únicamente pedantes cuando llaman cefalalgia al dolor de
cabeza, sino por la necesidad ineludible de nombrar una cosa
con el único nombre que la define en nuestro idioma abun-
dante, armonioso y preciso. Miró conoce los nombres de todo.
Y los ubica en su prosa de un modo tan natural que uno ve, en
el acto, que su riqueza no tiene absolutamente nada de pedan-
teria,
Dejemos el vocabulario y entremos en el estilo. Veamos como
el arte ensambla los vocablos para que definan la idea. Está des-
cribiendo el agua que se le aparece a Sigúenza cuando se incor-
pora a su carne la sed de los terrones resecos. Un escritor que
piensa por medio de comparaciones de cosas con cosas, diría:
su carne, al ver los terrones, sentirá lo mismo que si estuviera
seca como un terrón. Miró incluye la comparación en el verbo
y lo convierte en metáfora. “Si Sigiienza pasa por los secanos
se incorporará su carne la sed de los terrones”. Siguenza es
Gabriel Miró mismo en varias de sus obras, especialmente en
Años y Leguas, su mejor libro, a mi juicio, de donde extraje
el párrafo. La sed está ahora en él por la eficacia de un verbo
usado como reflexivo para expresar el estado de tener sed. La
carne de Sigienza no tiene sed, pero al ver los terrones se
incorpora la sed que debe haber en ellos, por lo resecos que
están en los campos de secano. La esencia de su estilo proviene
de este don de incluir en una cosa un aspecto sensible de otra.
Voy a mostrarlo con otro ejemplo del mismo libro. Define
lo que quiere ser Miró cuando escribe, aunque Miró no lo es-
tribió con ese fin autobiográfico.
“Tarde de sábado. El pueblo sale al sol en lanza de piedra
dorada. Recibe una claridad tierna y madura; parece que se han
juntado la claridad de la mañana y la de la tarde, como dos mo-