EL ARTE DE GABRIEL MIRO 235
de la sensibilidad, Esto es lo que vale más que el puro valor sin-
táctico en la prosa de Miró. Si fuera únicamente prosa pura sería
también uno de los más incomparables estilistas del mundo. Pero
no es prosa pura, ni está escrita con alma de músico que ensambla
palabras eufónicas y ricas. Tiene el sustento de savia en el alma
generosa del hombre. Por eso nadie puede leerla sin decir en el
acto que en su armonía, en su abundancia verbal, en la hechicería
de su técnica, en su arte mágico de hacer sentir el paisaje en un
verbo o en un sustantivo sacados de su acepción vulgar, en su
don misterioso de ver lo que está más allá de las formas de la
apariencia, halla el encanto de una vida interior que no se ve en
casi ningún otro artista de la, prosa pura.
¿Pero basta esto sólo para que Miró sea un escritor que to-
dos admiren? No. Yo no sé bien si en sus volúmenes falta o so-
bra algo, pero sus libros no son, en la unidad espiritual que todo
libro debe constituir, elementos vivos de la realidad humana,
como lo es su propia prosa. Tal vez le falte la unidad funcional
que es la vida. Tal vez le sobre un refinamiento de la expresión
verbal. Tal vez le falte la habilidad de saber entrar profunda-
mente en el alma de los protagonistas para transmitir al lector una
auténtica fuerza emocional. Tal vez le sobre una aptitud peculiar
de ver las cosas en cuadros sueltos y aislados que se juntan, de
un modo más o menos caprichoso, alrededor de cierta intriga,
en vez de verlos como son, siempre, en la realidad humana, esto
es una sucesión de acontecimientos que el destino y la psicología
de los individuos tejen en el cañamazo particular de .cada existen-
cia. Tal vez le falte o le sobre todo esto junto. Por eso cualquier
libro de Gabriel Miró, con excepción de Años y leguas, no nos
llena sino de visiones cortas. Semejan una colección de acuare-
las o aguas fuertes que un artista incomparable compuso sobre
un argumento más o menos coherente de la vida en la naturaleza
o en el hombre. Pero no está en ellas toda la naturaleza ni todo
el hombre, representados ambos en figuras y tonos. Yo puedo
detenerme a contemplar los cuadros de las series que Miró llama
novelas, y decir luego que no es posible pintarlos o grabarlos con
mayor perfección y por medio de procedimientos más finos y
acabados. No consigo ver jamás la totalidad del conjunto como