INFLUENCIA EUROPEA EN LA LITERATURA ARGENTINA 255
americano; nos puede hacer descubrir lo ajeno como Anita Loos
descubrió a los Europeos. Babiti y ...Los caballeros las pre-
fieren rubias son obras netamente norteamericanas, de espíritu
y sensibilidad inconfundibles.
Debemos sentirnos vaciados de impurezas para poder enfo-
car lo nuestro con nuestra facultad perceptiva, que no puede
ser igual a la facultad perceptiva de un europeo, plasmada y
agobiada por siglos de tradiciones, de historia, de leyes. Cuando
algún europeo quiso desembarazarse de esa pesada carga, ilu-
sionado por sentirse de repente “homo refectus”, su esfuerzo
se tradujo en ultraismo, futurismo, cubismo, dadaísmo y de-
más “ismos” de discutibles resultados. Nosotros podemos hacer
mucho más y mucho mejor, sin nada de efímero: con sólo subs-
traernos a las influencias importadas y sentirnos tal como real-
mente somos, “nomines novi” y no “homines refecti”, crearemos
lo que podríamos llamar “Argentinismo”. Y si es vasto el res-
piro y amplio el vuelo, llegaremos hasta la creación del “Ame-
ricanismo”. Rodó y Borges dirían argentinidad y americansdad,
mas aquí es cuestión de concepto y no de términos. En el con-
cepto está el sentido de ser originales, de originalidad verdadera,
la “que nace de lo interno y va hacia fuera”, que no puede 'con-
fundirse con la “novedad” que es lo original “por un esfuerzo
exterior”, ni con la “extravagancia” que “nace del propósito
de conquistar una personalidad de fuerte diferenciación espiri-
tual” (Domenech). Con tal originalidad podremos aspirar a ser
verdaderos artistas y de nuestro medio renovado surgirá el an-
helado creador, genial como pocos o tal vez como ningún otro.
Además de los elementos materiales, existen aquí otros fac-
tores imponentes que justifican esta aparentemente pretenciosa
aserción. Crear en el desierto es un esfuerzo no inhumano sino
sobrehumano. Nosotros, aislados de sugerencias inspiradoras he-
reditarias, si no estamos en el desierto, vivimos olfateándolo in-
cesantemente, como si nos rodeara con una impelente fatalidad.
Somos fatalmente nuevos. Conocemos el valor de las suge-
rencias artísticas, históricas, tradicionales, que los países de la
Europa milenaria brindan a los hombres, haciendo de cada hom-
bre un artista. “Cuando se mide en Europa —observaba Angel
de Estrada— lo que los grandes escritores deben a sus ambientes,