LEO NE MUENTE
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MANE A
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Actuando en el viejo teatro Principal de
Málaga, una modesta compañía de verso,
bajo la dirección de un indiscreto actor
apellidado Farro, ocurrió un incidente muy
gracioso, que dejó allí memoria perdura-
ble, debido también á la estemporánea in-
tervención de un espectador en la repre-
sentación de una comedia.
Interpretaban una obra del siglo XVI
y el galán jóven, que era pequeñito y re-
gordete, se había presentado en escena con
una peluca grande, inmensa, fenomenal,
que parecía más descompasada por la pe-
queña estatura del actor: «aquello era una
montaña de pelo, un tupé formidable con
unos rizos y bucles que casi le cubrían has-
ta la mitad del pecho y las espaldas. El
peluquero había sido pródigo hasta el en-
sañamiento con aquel pobre cómico, que
parecía agobiado bajo inmensa pesadumbre.
Llegó el momento culminante de la si-
tuación «especial» de aquel raro personaje.
Quedó solo en escena y la emprendió con
el monólogo siguiente:
——
Soy á mis deberes fiel;
y por fatal coincidencia,
ahora me encuentro en presencia
de disyuntiva cruel,
Voy por un lado obligado,
como es de razón y ley,
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á obedecer á mi rey;
más mi amor, por otro lado,
con inaudita violencia
y apremios del corazón,
se opone á mi obligación
y pugna con la obediencia.
¡Mi dama, el rey, mi deber,
mi honor! ¡Qué horrible sufrir!
No sé qué impulso seguir
ni qué es lo que debo hacer!
¡Si al corazón satisfago,
no soy vasallo leal!
En situación tan fatal,
¿qué hago ¡Dios mío! qué hago?
— ¡Pélate!l—le contesto en el acto con voz
recia un espectador de la «cazuela», enten-
diendo, no sin razón, que lo más urgente
era hacer desaparecer aquel peso enorme
para ver si con la cabeza más ligera podía
reflexionar mejor y tomar el partido que
más le conviniera.
Aquel ¡«Pélate>! regocijó al público mu-
cho más que la comedia, Todos convinie-
ron en que la indicación era acertadísima,
otros muchos espectadores la repitieron, y
hasta hubo quien le recomendó el barbero
de su predilección.
A partir de aquel momento, ya no exis-
tió medio de oir la obra con formalidad.
Cada vez que el galán jóven se pre-
sentaba en escena, el público le gritaba á
coro:
—¡Pélate! ¡Pélate!