Full text: 3.1918,2.März=Nr. 134 (1918013400)

—(2805)— 
La NOTA, 
a Tierra Santa. Ese hombre, desde mucho tiempo 
atrás, constituye mi pesadilla. 
En su último viaje a Oriente, quiso ir a visitar 
la Siria, lo, Palestina y Jerusalén, y todo el país 
“staba, como puede pensarse, completamente tras: 
“ornado. Se temían atentados. Por razones de eco- 
“omía, — se sabe también que Guillermo II es muy 
*Varo, — realizó el viaje por intermedio de la agen- 
2 Cook, Era yo, entonces, Cónsul Genera! en 
Bélgica, Volviendo una noche al Consulado, leí en 
los diarios que el kaiser acababa de desembarcar 
*T Jaffa y que partía al día siguiente para Jeru- 
salén. Al mismo tiempo el ordenanza de la legación 
e trajo un telegrama de la Sublime Puerta, en el 
*Ual mi ministro me comunicaba el viaje del 'raiser 
* Tierra Santa, diciéndome que no debía entregaf 
Pasa Portes a las personas que no ofrecieran todas 
95 garantías: de lo contrario, yo me haría res- 
Sonsable, 
Rehuse tomar nota de esa comunicación y devol 
"el telegrama, escribiéndole a mi ministro Cara 
eodory Effendi que ora imposible tomar nota 
Je una orden semejante, en el momento mismo en 
¡ue - el kaiser acababa de desembarcar en Tierra 
santa, y que no podía aceptar minguna responsabl- 
idad por hechos pretéritos, pues si había entrega- 
lo pasaportes, hacía de eso un mes. - 
El ministro encontró mi manera dé proceder de- 
masiado altanera y se enfadó, lo que me apenó 
mucho; sólo era un buen jefe de la escuela que 
ee que el funcionario es un autómata y que no 
iene más que obedecer las instrncciones que le dan, 
sin tener el derecho de observar nada; y como no 
uvo el coraje le comunicar en Constantinopla !a 
usticia de mi observación, pues el Sultán Tamid 
10 entendía nada de eso, lo más cómodo y lo más 
'écil que halló fué enfadarse conmigo. 
He aquí cómo el destino, que me ha permitido 
lar la, vuelta a Europa, a Africa y a una parte de 
Asia, no me dejó visitar Jerusalén, que estaba a 
gunos pasos de mí. 
Sin duda estaba escrito que así sería. 
EMIR IEMIN ARSEAN. 
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_A MUJER Y EL ANTIFAZ 
7 _ 
CUENTO DE CARNAVAL 
“Y tuvo en sus ojos vi 
rientes la ceguedad de las 
statuas divinas”, 
Gubriel D' Anunzzio. 
ESDE lejos la vió buscarlo con los ojos, 
sonreir al descubrirlo, y venir hacia 
ól con ese paso rítmico y ligero que 
era la armonía cantante de su cuer- 
po de grásiles líneas. Y como siem- 
“ancia y Pre, el elogio de su belleza y gu ele- 
“$ vino a los labios. 
"Me qué página de Loti te has escapado, Dje- 
asta, a ¿Qué filtro adormecedor diste a tu señor 
Aros NU Para que así pudiera lucir entre nos. 
U perla más preciada? 
E. tengo dueño yo, bien lo sabes, respon- 
tanto e diendo los hombros «con nmoberbia, en 
“monto > las luces del salón temblaban capricho- 
"O si de en las piedras de su tocado oriental. Pe- 
do lt alguna infidelidad fuera culpable el peca- 
ne dich en sí la penitencia; puedes creerme. ¿Te 
E seg CUNA vez que la tontería humana me 
Sitio que - como un mal físico? ¿Y conoces algún 
un bailo Teúna más necedad en menor espacio que 
da, de máscaras? Estoy hastiada... hastia- 
tires Cruel. Y lo peor es que pareces gincera. 
'S imaginaras hasta dónde! Vengo a tí como 
a un oasis. Tú mientes, engañas, haces paradoja 
con todo, pretendiendo luego que te tomen en Se- 
rio. Pero por lo Imenos, tienes talento. 
—GCracias. Exageras. Sólo que es extraño, pen- 
sando así, y siendo, como somos. amigos viejos, 
jue recién ahora... 
Lo interrumpió: 
—No me acusés de olvido, Ya ves que te he re- 
servado el momento más bello. Aquí se ahoga uno. 
En la terraza, en cambio, hay fresco y, además, es- 
tá amaneciendo... ¿No te tienta? 
El le dijo que a su lado le tentaban todos los 
xtios. _—_ 
Afuera, . sin descender las gradas, enmudecieron 
nstintivamente. Sobre sus cabezas brillaban los 
1.stros todavía, y en el confín lejano del cielo 
triunfaba ya la luz, de las tinieblas, YEl día llegaba 
nvuelto en neblinas, cual en velos de impalpable 
xncaje. Tenues, livianas, irisadas, surgían tras los 
:lamos altos y escuetos, ,por sobre los sauces año- 
sos arrebujados en la sombra de la ribera. Se al- 
¿/aban sobre el agua inquietante; transparentes, le- 
ísimas, corrían sobre el césped, ceñían las colum- 
1as, y deslizándose sobre el mármol de la balaus. 
rada iban a desvanecerse en el vaho de luz que 
vrotaba de los salones, dejando en las pupilas una 
s/aguedad de ensueño y de frescura, 
Y la belleza de las cosas que no han sido crea- 
las por la mano del hombre, mezclada al esplen-
	        
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