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lición de las naciones de presa, como a todos los
Jueblos megalómenos y a los ambiciosos desco-
medidos,
Es muy evidente que la moral y la filosofía que
1abremos de deducir de la gran Guerra del Derecho,
como por lo demás de todas las guerras del pasado,
se identifica en cierto modo con la misma filosofía
de la historia, puesto que hasta hoy la historia
de nuestra pobre especie casi no ha sido sino un
amplio tejido de luchas sangrientas, por lo común
2iegas, y puesto que, en el estudio de la evolución
de un mundo imperfecto pero eminentemente per-
fectible que nos hemos propuesto interpretar, debe-
rá reservarse un amplio lugar, ¡ay!, al relato de
estos dramas pasionales y de sus conflictos salva-
jes, en medio de los cuales se transparentarán aquí
y allá los largos esfuerzos de las turbas anónimas
hacia el bienestar y las franqhicias, debajo de las
cuales dibujárase el ciclo inmenso de las grandes
tapas del espíritu humano...
A decir verdad, es al estudio verdaderamente
científico de las fluctuaciones, de las transforma-
ciones lentas o rápidas, pero perpetuas, de nuestra
psique específica, en vías de evolución progresiva,
que invitamos desde ya a la élite de nuestro occi-
dente europeo; al estudio de sus adelantos y de
sus retrocesos, de sus vuelos y caídas, de sus progre-
sos y de sus decadencias, de sus manifestaciones
Je ayuda mutua y de sus escapadas brutales hacia
al salvajismo ancestral; de sus pensamientos llenos
de buen sentido y de sus actos impregnados de
sabiduría como de sus horas de crisis mística y
le locura colectiva; de sus minutos de vértigo, cu-
vas consecuencias, a veces funestas, se hacen sentir
durante veinte siglos; y de sus relámpagos de genio,
de los cuales uno solo, como de un galto, puede
hacer progresar a la humanidad entera! En resu-
men, es a la vez al estudio de una filosofía de la
Guerra y al de una Filosofía de la Paz, que la in-
vito. Tal la indiscreta Pandora, dejando escapar
Je su cofre ante Epimeteo, todos los bienes y todos
1os males de este pequeño mundo terrestre, para
darnos el espectáculo de ellos. Es a la vez a una
Filosofía de la Desgracia y a una Filosofía de la
Felicidad, cuidándome de agregar en seguida que
este, última debe aventajar en mucho en importan
cía y en cantidad, en el orden general del mundo.
En otros términos, es una filosofía en parte doble,
que la ofrezco, una filosofía en la cual ia nota opti-
mista aventajará a la vez en cantidad y en calidad
al fatalismo y al pesimismo inevitable y mnecesario.
Brevemente, en medio de una catástrore mundial
que, según lo ha dicho pintorescamente Lloyd
George parece ser el desencadenamiento de alguna
fuerza de la naturaleza no dominada todavía, “des-
1rraigando las rocas de la vida europea”; es a una
“Filosofía de la Esperanza”, que deseo abrir el
Alma Celto-latina!
Al abordar un problema tan vasto, tan comple-
jo, tan rico en documentos de toda clase, como el
de la guerra y del espíritu guerrero, parécenos
que el filósofo moderno debe poner sus pequeño:
»jos en él, mejor que empezar nuevamente después de
antos otros, la crítica de la vida de cuartel, cuy?
“eemplazo, por el sistema suizo de las milicias
.mplicando una preparación militar proseguida en
:1 curso entero de la adolescencia y de la edal
i1dulta, recientemente preveía el señor Ernesto De
nis. A éste no le parece suficiente comprobar con
"odos los espíritus progresivos el violento anacro
1ismo de las epopeyas agresivas y conquistadoras:
le las cuales la que habían intentado realizar %
Muestras: expensas nuestros vecinos afectados de 19
ocura de las grandezas, quedará para siempre ja
más como la síntesis monstruosa y el modelo €
su género. Mejor pertrechado que sus predecesores:
jue carecían todavía de los principales datos 9%
oroblema y por lo vomún no disponían sino de UB4
:iencia social de las más infantiles, hasta de Jas
nás sospechosas, no puede ya satisfacerse con una
opinión, “a priori”, tanto más absoluta cuanto más
irracional y ciegamente sentimental, sobre un Pr”
hiema tan desconcertante como el de las luchas
irmadas de nación a mación, de pueblo a pueblo:
le raza a raza. Ayudándose con los abundantes
materiales de estudio que le suministran actual
mente la biología y la antropología, hastka el mis
no dinamismo substancialista de Clemencia Royer
estra “Newton francés”, deberá en adelante, PO
ler penetrar sin dificultad aparente en los más
secretos ámbitos de ila humana naturaleza, cuyos
rodajes motores nuestros científicos de anfiteatr?
1an disecado concienzudamente, analizado y cata
ogado, pero la naturaleza íntima de cuyas unida”
les constituyentes ignoran nuestros más eminentes
loctores, más profundamente quizás, que el hy
nilde picapedrero que, rompiendo los guijarros er
2 camino, conoce a lo menos por uha experiencia
cecta y de todos los días, las propiedades del siles
le donde brota la chispa. En fin, para suministr9'
11 diagnóstico preciso del mal presente, debe T*
nontarse a su fuente más remota, hasta un pasado
nal limitado, que se hunde en la penumbra de 14
orehistoria, hasta esa misma época desconocida, en
¡ue, sobre la superficie de una minúscula bola de
derra, girando en la inmensidad del espacio, un
1úmero inmenso de células rivas, brotaron del
»rro hámedo, luego evolucionaron y se diferencia
"on para constituir, después de una larga serie de
siglos, este ser tan contradictorio, curiosa mezol*
3e sabiduría y de locura, de crimen inconsciente 3
le bondad fraternal, que a veces se eleva hasta "o
ublime y hasta lo divino, pero que demasiado*
nenudo todavía, cae en la más baja abyección
nuy por bajo del bruto inmundo, por debajo de 1
bestia de presa que sólo mata para apaciguar "
:stómago vacío!
Habrá sido una de las más maravillosas adqui
iones de nuestras glorias nacionales del siglo pe
sado, penetrando con una acuidad de visión
gualada todavía, en la naturaleza íntima de es
>098as, descubrir precisamente su cáusa última