Full text: 1.1928=Nr. 4 (1928000400)

de nuestros compositores argentinos de -pri 
mera hora, para Karl Reineke, ilustre virtuoso 
del piano que, allá por 1870-1900, fué una de 
las antorchas musicales europeas. 
Encontré un viejito (de pasados los ochen 
ta) maravillosamente joven y que — por bien 
de mi suerte — hablaba en francés como un 
francés. Leyó la carta... (estaba en alemán? 
estaba en francés, la carta?...) y, al termi 
narla, me dijo: 
(Nota. —■ He omitido prevenir que, al entre 
garme la esquela, el compositor argentino de 
primera hora que me la entregara me anti 
cipó: “Con esta carta Vd. será el niño mimado 
de Leipzig”). 
Decía, pues, que me dijo Reineke: “Hijo 
mío!... No recuerdo este nombre que tan eor- 
dialmente firma estas líneas: he tenido tantos 
discípulos!... y los buenos discípulos han es 
caseado tanto!...” “Sin embargo” — agre 
gó — “basta ser joven y extranjero para me 
recer simpatía, en Leipzsig”. 
Y fui niño mimado; me dió Reineke (ya pa 
ra siempre recluido, ya lejos del mundo) unas 
palabras para Nikish — entonces Director del 
Conservatorio Real de Leipzig — y, en menos 
de una semana, estaba yo ubicado en las cla 
ses: de Stephan Krehl, para composición, y, 
de Rohert Teichmuller, para piano. 
Eso me abrió — de par en par — muchas 
puertas en Leizig y todas las del optimismo, 
basta las más cerradas. 
Cuando Adolfo Biov, Angel Sánchez Elíz y 
Santiago Bengolea (tres de los mejores y más 
desde la infancia otros yoses míos) integraron, 
conmigo, los entretelones estudiantiles de Leip 
zig, ya todo era camino preparado para el más 
atrayente de los horizontes. 
Las influencias de Leipzig sobre Bioy son 
discutibles: para él, en primer término. Pero 
yo creo, firmemente, que no se pasa un año 
(casi dos años) en una ciudad como Leipzig 
(sobretodo entre los veinte y los veinte y dos 
abriles) sin recibir sus influencias. 
No conozco pueblo — de los muchos que 
conozco — más intuitivamente apto, para to 
das las evoluciones del espíritu, que nuestro 
pueblo. Bioy — en ese terreno — es arquetí- 
pico. 
Pero nuestro pueblo soporta los inconvenien 
tes de sus ventajas: inteligencia, bonhomía, 
honestidad — idealismo — hacen de su mar 
cha un ritmo encantado que lo columpia entre 
colores, perspectivas y fragancias de ilusión. 
De ahí, en su equilibrio (el equilibrio de las 
nacionalidades está en el igual peso de sus ri 
sas y sus lágrimas, su falta de otras aptitudes, 
como ser el orden, (la constancia de su acción) 
en sus actividades. 
A su tiempo, de Leipzig, entiendo yo que 
debe Bioy su respeto por la hora (síntesis de 
lo regular), su ahinco de consecutividad para 
con las obras a que se dedica. 
Desde Leipzsig — además — emprendimos, 
con Bioy, el viaje a Oriente. Las visiones de 
Italia, de 'Sicilia, de Atenas, del Peloponeso, de 
Smirna, de Constantinopla y el Bosforo, de 
Rumania, de Serbia, de Hungría, de Austria... 
que prepararon nuestros estudios especiales de 
historia, de filosofía y de literatura en la Uni 
versidad de Leipzig (acerca de profesores sa 
pientísimos, en camaradería con estudiantes 
aplicados)... no serían?., no fueron los hor 
nos fundidores de su defintiva consagración?. . 
La gran guerra, después, — de 1914 a 1918 — 
modificó, claro está, en Bioy (como en mí, co 
mo en todos los que tienen un claro concepto 
y una fuerte posesión de los ideales latinos) 
sus afirmaciones espirituales. Pero ya la bue 
na semilla estaba germinando en cepa fecun 
da, y ya las adquisiciones de su conciencia 
estaban florecientes: su vocación — su desin 
teresada vocación — a los progresos generales 
de la humanidad, era ya fruto surgido, dentro 
de su idiosincracia. 
El “Instituto de la Universidad de París 
en Buenos Aires” — obra de Bioy, como pro 
yecto y como realización —■ es una cumbre 
de sus campañas predilectas. La venida pe 
riódica — desde París hasta Buenos Aires — 
de los más autorizados paladines con que cuen 
tan la cultura y el progreso de Francia, es 
una fuente inmarcesible de cultura y de pro 
greso que debemos los argentinos a Bioy. De 
tal manera que, gracias a su incansabilidad y 
a su criterio, la creciente significación del “Ins 
tituto” colabora, en forma brillante, a una 
hegemonía espiritual incontenible de Buenos 
Aires hacia las otras grandes urbes de toda 
Sud América. 
Otras instituciones similares — otras empre 
sas de cultura — van adquiriendo existencia y 
prestigio entre nosotros: el punto de partida 
pertenece a Bioy. 
Por eso y por los complementos de su ju 
ventud y de su acción privada — la casa de 
Bioy es un antro de refinamiento al que coad 
yuva con inteligencia y con exquisita distin 
ción la promesa de matrona (promesa por sus 
años: realidad por sus virtudes) que compar 
te su vida y su nombre: Marta Casares de 
Bioy — la posteridad argentina deberá ¿quién 
puede dudarlo? —• muy considerables servi 
cios a Bioy... 
Tan considerables que sólo ante su magni 
tud han podido someterse mi temor de moles 
tarlo y mis ansias de ser algo mejor que, una 
más entre las innumerables moscas de tipogra 
fía (diarios, revistas) que, con revoloteos de 
abeja y con melindres de mariposa, sólo con 
siguen — las más de las veces — elucubraciones 
de zánganos. 
GERMÁN DE ELIZALDE 
| athéna| i5
	        
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