é'.‘- í'-M' ^¡5
^1.4' k **'
k
55
f
' V~ ;
■'siAt ;■ *$&4roR9!l
f
■Rr
no necesitan instalai' su negocio tan lujosa
mente como una modista; aspectos exteriores
muy sencillos y muy claros, son suficientes pa
ra informar al cliente. E11 cambio un pastelero,
un confitero, una modista, un peluquero, una
vendedora de frivolidades, deben rodearse de
1111 poco más de lujo y preparativos. Los conier-
0¡antes de la edad media, no parecen haber da
do tanta importancia a estas cuestiones. Usa
ban, en verdad, muy hermosos y artísticos le
treros, pero sus tiendas eran como la mayo-
ida de sus casas: bajas, exiguas, obscurecidas
por los “vitraux” y la pequenez de las puer
tas y ventanas.
Se puede tener una idea de esos interiores,
cuando se vé, en algunas ciudades antiguas,
casas aun intactas de los siglos XIV y XV.
Es preciso inclinarse para entrar en ciertas
habitaciones, donde una vaga luz crepuscular
permite entrever montones de mercancías:
¡ Cuán lejos estamos de las portadas monumen
tales y de las inmensas vidrieras invadidas
por torrentes de luz!
A partir de los sigíos XVI y XVII, se com
prueba un cambio y un progreso considerables.
Las hermosas estampas de Abraham Bosse,
nos hacen penetrar en tiendas de aspecto muy
agradable, concurridas par nobles damas; y
apuestos caballeros.
La tienda de 1111 pastelero, en los tiempos
de Luis XI IT, era un. lugar en donde la. gen
te se reunía a charlar, beber refrescos >• co
mer pasteles; algo así como el embrión de
nuestra moderna “Tea House’’. El interior esta
ba lujosamente decorado de ornamentos de
buen gusto, de molduras, “panneaux” y pin
turas. Al anochecer, una linterna colgada en
la puerta, se prendía como, un faro para guiar
a los golosos Inicia ese punto. Sobre las pare
des se veían figuras fantásticas que desperta
ban la curiosidad de los que pasaban, mien
tras en su interior los pasteles estimulaban
su apetito. Había también detrás de los vi
drios largos letreros sobre los cuales estaban
pintarrajeados en vivos colores, siluetas de
hombres y de animales. A la luz de las velas,
esos frisos, resplandecían: ¿Cómo resistir a
tantas tentaciones? Además, los pasteleros para
atraer a los clientes, tenían el buen cuidado de
elegir empleadas jóvenes, bonitas y amables!;
tradición que no se ha perdido desde ento-
ees. Un diario de 1840 hace constar que un
pastelero que no pusiera al mostrador una mu
jer bonita, cometería una gran torpeza y una
verdadera falta de imprevisión. “Dos berilio
sos ojo« son absolutamente necesarios para
atraer una muchedumbre de compradoras”, di
ce el malicioso periodista, y agrega: “Una
pastelera muy fresca, hace digerir muchos pas
tel ¡tos, que no lo son”.
Hubo célebres tiendas, aunque no siempre eran
las más grandes. El famoso novelista Paul de
Kock, describe un pequeño comercio muy co
nocido eu 1840 y que tuvo mucho éxito, al
punto que los caricaturistas y los improvisa
dores de “couplets” se ocuparon de él. “T.J11
humilde pastelero vino a instalarse en el bu
levar Saint Denis; en su muy modesto nego
cio 110 cabían más de tres personas: por con
siguiente su acceso era poco menos que im
posible. Desde la puerta, donde algunas veces
había que hacer cola, el público adquiría la cé
lebre torta, pues esta constituía la especialidad
une vendía. Pero vendía desde por la mañana
hasta la media noche y a- veces más tarde aún.
j\penas aparecían las tortas, el pastelero las
cortaba y no hacía otra cosa desde el instan
te de abrir la puerta de su negocio hasta el
momento de cerrarla. Por ello pusiéronle el
apodo “coupe-toujours” (corta siempre).
Otros vendedores más modestos, recorrían las
calles, llevando consigo su mercancía, y gri
tando los pastelillos y las tortas calientes. Ba
jo el imperio, todo París conoció una vende
dora de masas de Nauterre, de sobrenombre
“la bella Magdalena”, y que recorría los bu
levares cantando sus golosinas. Fue célebre
por sus encantos y su talento, pues s-e dice
que ella misma había compuesto la letra y mú
sica de su poético reclame.
j ATHÉNA !