Full text: 2.1929,Jul. (1929000700)

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no necesitan instalai' su negocio tan lujosa 
mente como una modista; aspectos exteriores 
muy sencillos y muy claros, son suficientes pa 
ra informar al cliente. E11 cambio un pastelero, 
un confitero, una modista, un peluquero, una 
vendedora de frivolidades, deben rodearse de 
1111 poco más de lujo y preparativos. Los conier- 
0¡antes de la edad media, no parecen haber da 
do tanta importancia a estas cuestiones. Usa 
ban, en verdad, muy hermosos y artísticos le 
treros, pero sus tiendas eran como la mayo- 
ida de sus casas: bajas, exiguas, obscurecidas 
por los “vitraux” y la pequenez de las puer 
tas y ventanas. 
Se puede tener una idea de esos interiores, 
cuando se vé, en algunas ciudades antiguas, 
casas aun intactas de los siglos XIV y XV. 
Es preciso inclinarse para entrar en ciertas 
habitaciones, donde una vaga luz crepuscular 
permite entrever montones de mercancías: 
¡ Cuán lejos estamos de las portadas monumen 
tales y de las inmensas vidrieras invadidas 
por torrentes de luz! 
A partir de los sigíos XVI y XVII, se com 
prueba un cambio y un progreso considerables. 
Las hermosas estampas de Abraham Bosse, 
nos hacen penetrar en tiendas de aspecto muy 
agradable, concurridas par nobles damas; y 
apuestos caballeros. 
La tienda de 1111 pastelero, en los tiempos 
de Luis XI IT, era un. lugar en donde la. gen 
te se reunía a charlar, beber refrescos >• co 
mer pasteles; algo así como el embrión de 
nuestra moderna “Tea House’’. El interior esta 
ba lujosamente decorado de ornamentos de 
buen gusto, de molduras, “panneaux” y pin 
turas. Al anochecer, una linterna colgada en 
la puerta, se prendía como, un faro para guiar 
a los golosos Inicia ese punto. Sobre las pare 
des se veían figuras fantásticas que desperta 
ban la curiosidad de los que pasaban, mien 
tras en su interior los pasteles estimulaban 
su apetito. Había también detrás de los vi 
drios largos letreros sobre los cuales estaban 
pintarrajeados en vivos colores, siluetas de 
hombres y de animales. A la luz de las velas, 
esos frisos, resplandecían: ¿Cómo resistir a 
tantas tentaciones? Además, los pasteleros para 
atraer a los clientes, tenían el buen cuidado de 
elegir empleadas jóvenes, bonitas y amables!; 
tradición que no se ha perdido desde ento- 
ees. Un diario de 1840 hace constar que un 
pastelero que no pusiera al mostrador una mu 
jer bonita, cometería una gran torpeza y una 
verdadera falta de imprevisión. “Dos berilio 
sos ojo« son absolutamente necesarios para 
atraer una muchedumbre de compradoras”, di 
ce el malicioso periodista, y agrega: “Una 
pastelera muy fresca, hace digerir muchos pas 
tel ¡tos, que no lo son”. 
Hubo célebres tiendas, aunque no siempre eran 
las más grandes. El famoso novelista Paul de 
Kock, describe un pequeño comercio muy co 
nocido eu 1840 y que tuvo mucho éxito, al 
punto que los caricaturistas y los improvisa 
dores de “couplets” se ocuparon de él. “T.J11 
humilde pastelero vino a instalarse en el bu 
levar Saint Denis; en su muy modesto nego 
cio 110 cabían más de tres personas: por con 
siguiente su acceso era poco menos que im 
posible. Desde la puerta, donde algunas veces 
había que hacer cola, el público adquiría la cé 
lebre torta, pues esta constituía la especialidad 
une vendía. Pero vendía desde por la mañana 
hasta la media noche y a- veces más tarde aún. 
j\penas aparecían las tortas, el pastelero las 
cortaba y no hacía otra cosa desde el instan 
te de abrir la puerta de su negocio hasta el 
momento de cerrarla. Por ello pusiéronle el 
apodo “coupe-toujours” (corta siempre). 
Otros vendedores más modestos, recorrían las 
calles, llevando consigo su mercancía, y gri 
tando los pastelillos y las tortas calientes. Ba 
jo el imperio, todo París conoció una vende 
dora de masas de Nauterre, de sobrenombre 
“la bella Magdalena”, y que recorría los bu 
levares cantando sus golosinas. Fue célebre 
por sus encantos y su talento, pues s-e dice 
que ella misma había compuesto la letra y mú 
sica de su poético reclame. 
j ATHÉNA !
	        
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