DOÑA DAMASA
Zelaya de Saavedra
ORQUE poseía todos los atributos
de la belleza y de la gracia.
Porque su presencia irradiaba
sedante tranquilidad, como si al
go de su serenidad interior se
comunicara al ambiente sahu
mándolo de esa paz aquietante,
paz que se respira en los templos.
Porque era buena, con la cándida sencillez
de los niños; sabia y prudente como una sa-
eerdotiza de Sfeso; con la sabiduría que da la
meditación y la prudencia que enseña la vida
a quienes acumulan la experiencia de cada una
de sus horas.
Porque a través del largo camino recorri
do, mantuvo la castidad de su espíritu, conser
vando sin mácula las exquisiteces de su alma
que se apoyaban en su honda piedad.
Porque su modestia era hermana de la de
Clara de Asís y su fé se inspiraba en el ejem
plo de las santas mujeres que siguieron al 6a-
lileo sublime en su cruzada de sacrificio y re
dención.
Porque su humildad tenía el fuego interior
que inspiró al Poverello todos los renuncia
mientos, elevándola en una evolución maravi
llosa en que la prestancia de su sensibilidad
dió a su alma luminosidades de estrella y sua
vidades de lirio.
Porque era pródiga en la dádiva con el des
prendimiento inteligente de la caridad reflexi
va.
Porque, como Isabel, de Hungría, prefirió a
los privilegios que impone la casta el ascen
diente que se gana por la aristocracia del es
píritu.
Porque era patriota por raza y cristiana
por inspiración.
Porque, hospitales ,escuelas, asilos y cuánto
significó un gesto de amplia solidaridad huma
na, tuvo sin restricciones el apoyo de su con
sejo y el aporte de su generosidad sin medida.
Porque sus actividades todas se resumieron
en una sola ambición: dar, dar, con el consue
lo de la compañía amable, de la palabra recon
fortante y la tierna caricia que reanima, el
socorro material que aleja la angustia de esas
situaciones apremiantes que ponen a prueba
el decoro o hacen temblar la virtud.
Porque su sensibilidad de gran señora del
bien, vibró enternecida ante el dolor ageno y
supo con santa resignación sus propios dolores:
Como homenaje a su memoria y para ejem
plo de las generaciones a venir, sobre su tum
ba debiera colocarse aquel “pendón de los fuer
tes” que, según la leyenda, suspendíase sobre
el sepulcro de los excelsos para señalar a la
Veneración del caminante el lugar en que dor
mían su sueño eterno aquellos que habían sa
bido vivir y morir sin claudicaciones.