Full text: 1.1911=Nr. 3 (1911000103)

    
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una respiración, se deslizaba entre las ai- 
tas hierbas agostadas, fingiendo leves ro- 
ces de seda, vagos susurros de besos. Las 
luciérnagas bailaban una nupcial danza de 
luces. El horizonte producía extraña im- 
presión de claridad, aunque en derredor 
no pudiera discernirse un solo detalle, ni 
en los planos más próximos. Era una no- 
che de ensueño, de esas que tienen la vir- 
tud de infiltrarse hasta el alma, sobreexci- 
tar los sentidos, encender la imaginación. 
Y los peones de la estancia, tendidos en 
el pasto al amor de las estrellas, ilumina- 
dos á veces por una ráfaga roja que relam- 
pagueaba de la cocina, fumaban y charla- 
ban á media voz, con palabra perezosa, in- 
“conscientemente subyugados por la majes- 
tad suprema de la noche. 
Una exhalación que cruzó la atmosfera, 
rayándola como un diamante que cortara 
un espejo negro, para desvanecerse luego 
en la tiniebla, fué el obligado punto de 
arranque de la conversación. 
—¡De qué dijunto será es'ánima !—ex- 
—clamó el viejo don Marto, santiguándose 
“una vez pasado el primer sobrecogimiento. 
—¡Por la luz que tenía, de juro que 
de algún ráy!—contestó medrosamente Je- 
rónimo., 
Don Marto rezongó una risita: 
— —¡De ande sacás!...—dijo.—Si aquí 
“no hay ráys dende el año dies, cuando 
echamos al último, qu'estaba en Uropa... 
— después de los ingleses... ¡Ráy! Aura to- 
dos somos ráys... y no tenemos corona, 
si no somos hijos del patrón... Será más 
bien de algún inocente. 
Pancho, el aprendiz de payador, que an- 
“daba siempre á vueltas con la guitarra y 
se esforzaba por descubrir el mágico se- 
“creto de Santos Vega, con el instinto del 
pájaro cantor 1: reclama á la compañera, 
querida en secreto, —Pancho, que vió apa- 
recer en la puerta de la cocina la delgada 
silueta de Petrona,. destacándose en negro 
“sobre el fondo rojizo y cambiante del fo- 
ón, agregó melancólico y penetrado: 
— —¡ Debe de ser! Las ánimas de los an- 
gelitos son las más lindas. Parecen de luz 
más... más caliente... Por eso se baila 
en los velorios p'a festejarlas... Esas no 
andan en pena mi se aparecen nunca... 
¡Cuando se muere una criatura se val cie- 
derechita, y áhi se queda!... 
“Petrona se había acercado y, en la som- 
bra más espesa del alero, escuchaba, in- 
adida también por el avasallador hechizo 
de la noche y por el encanto de la palabra 
    
   
  
  
   
  
   
  
   
   
   
  
  
   
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
   
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
   
  
  
  
  
  
  
  
EL PICAFLOR NACIONAL 
el pavador. Como la compañera todavía 
indecisa del pájaro cantor, estaba suspen- 
sa de sus trinos, hipnotizada ya, pero sin 
tender las alas todavía. Y Pancho conti- 
nuó: 
  
Las de los malos son esas luces ver- 
dosas que andan rastriando por el suelo y 
que juyen en cuantito si acerca un cris- 
tiano: Pero esas son las de los dijuntos que 
todavía tienen vergitenza de lo qu'hicieron 
en vida: los que se disgraciaron por casua- 
lidá, los que engañaron á un amigo p'a 
salvarse... ¡y tantos otros! Las que son 
malas de veras, las de los ladrones, los 
traidores y los cobardes... ¡esas no tie- 
nen luz! 
Don Marto asintió: 
—$8Sí, esas son las que le tiran á uno 
el poncho, de atrás, en las noches oscuras, 
ó le mancan el mancarrón, ó le apedrean 
el rancho, ó le asustan l'hacienda y Tes- 
parraman y hacen brava redepente. 
Juan, el resero nuevo, interpeló á su an- 
tecesor y maestro, aquel fumador que se 
fumaba hasta la yema de los dedos, acha- 
coso ya y siempre dolorido: 
—¿ Y fisté qué dice, don Braulio? 
—;¿ Yo? ¿Y qu'e'e decir? Que aquí estoy 
como peludo'e regalo patas p'arriba, espe- 
rando l'hora de ser ánima también ! 
—;¡ Qué don Braulio éste! ¡No hay con 
qué darle! ¡Siempre con sus dolamas y 
pita que te pita! 
—Y qu'b'e hacer ni en qué m'h'e diver- 
tir, 4 mi edá y con mis achaques... Jun- 
tamente andaba pensando si ¡do dejarán 
pitar á-uno después que cante p'al.carne- 
TO eee ¡ 
Una risita de Pancho, y su contesta- 
ción: , 
—¡ Ya lo creo, don Braulio! ¿Qué no 
está viendo esa porretada *e jueguitos que 
s'encienden y si apagan en el campo?... 
Esos son los cigarros de las ánimas, que 
vuelan y revuelan como las gaviotas ó ios 
teros, dando gúeltas y fumando... 
—¡No digás!—exciamó entre incrédulo 
y admirado su vecino. : 
¡Si son linternas !—explicó don Mar- 
tó, magistral. $ 
—Luciérnegas querrá decir, don..... — 
siguió Pancho, impertérrito.—Parecen bi- 
chitos, es verdá; pero son los cigarros de 
las ánimas pitadoras. 
—.eXCallate! ¡Y “entonces, 
¿por qué no pitan? 
—Sí, pitan... Pero tienen frío y s'en- 
  
en invierno, 
cierran en las casas 4 pitar al lan del jo- 
gón!... ; 
   
  
 
	        
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