En el zauzal
En realidad, la éstanzuela tenía mucho de agradable
y Pablo, acabado de llegar, lo examinó todo con curio-
sidad de pueblero.
La mañanita era deliciosa, Sobre los tamarindos en
flor, ,»bandadas de pájaros referían á un tiempo la últi-
ma hazaña del caburé, Subía el sol, lleno de indulgen-
cia, La Juz gloridsa se dormía en los claros de la ar-
boleda, atigrando el suelo endurecido por el cocear de
los caballos.
Pablo miró los tamarindos, enormes y asalmonados en
la copa. Su cultura urbana se avenía con aquellos ár-
boles aristocráticos.
—Yo misma, con estas manos los he plantado, don
Pabo. El finado plantó aquellos, veya, donde está el
picazo de m'hijo, de este calavera que nunca será como
su padre, un hombre, señor, como ha habido pocos en
estos pagos... q -
Fl aludido Rafael, mozo fuerte y tostado, se sonrió
con bondad.
Hacian rueda en el patio arcilloso, á la sombra, donde
la familia se reunía todas las mañanas. Pablo asentía,
es verdad, así .es, tiene razón, señora. Echaba, en cam-
bio, miradas furtivas á Dolores, la prenda de la casa,
una semirubia incitante encargada del mate.
—Servite, dijo Dolores, pasando uno á -Rafael, que
lo tomó distraido, sin mirar á la hermana, ocupado en
escuchará, la- madre. : :
Gruesa, la voz un. tanto tartajosa, simpatica y con un
aire de gravedad y de Arcadía, era doña Juana el alma
de la“casá la “mamima querida” de aquella pareja, tán
diferente en espíritu, según su decir, al padre, don Ru-
fino, un antiguo servidor del Chacho, “más servicial que
la leña y más franco que el viento sur*
—Aquí en Calchin, señor, esta fué la casa de todo el
mundo. Cuándo usté converse con la gente del pago,
verá quien era mi viejo... Desde que él se murió todo
ha oemenzado á andar mal... Iloy sólo nos queda esta
— lonja é tierra, donde cuando uno galopa fucrte ya esta
en campo ajero:,. Y después, pague usté la contribu-
ción, y derecho é marca... ¡Ya no Se puede vivir ni
con-lo propio!,..
Doña Juana se quedó pensativa; mirando las brasas
del algarrobo, empálidecidas de ceniza, bajo la “pava”
gargoleanté.
Aun prestando atención Pablo soñaba, sujeto á la
mirada finamente interrogadora de Jolores, una mi-
rada á un tiempo intensa y discreta.
Do:rosa y altiva, llevaba los. dieciocho años con” per-
fecta desenvoltura. El cutis, de durazno pintón; acasta-
—ñado el cabello; regularmente alta; y sensuales los ojos,
la boca y la nariz. Era Dolores el crédito de doña Juana
y en los contornos “no tenia con quien igualar.
—SBSirvase, Ojeda, dijo la joven. Y Pablo al probar el
mate, tuvo el sabor del azucar quemado y la yerbamate
cen que Dolores lo había aderezado para él.
agochó á recojer tina brasita cn la cuchara. Echóla en la
“gaveta* del azúcar, Un humo acre se esparcio,
Y la mañana se eternizaba en ua beatitud idilica. Allá
lejos gladiaban dos carneros y á cada topetón, - reso-
nante como un achazo en el bosqué reía Rafael con
una buena risa. Su rostro de piel joven y fina se ani-
maba y por los ojos le salía como un efluvio de bra-
vura.
Rafael se volvió:
—Yara repuntá un poco las ovejas... Ya se comien-
zan á desparramar viento arriba...
Apareció un negrazo y saludó torpemente al pasar.
Yba en mangas de camisa, con un cuasi sombrero sobre
la nuca. Silvo:
—/[sssbk, tsssst, tessst
"I'sssst, tsssst...
Dos perros de campo, delgados € inteligentes, aparc-
cieron. Saltó Yara á caballo y se alejó con ellos
Había concluido el mate. Ya picaba el sol y las ove-
jas, á lo lejos, comenzaban á juntarse en grupos, cami-
¡Negro...! ¡Picht...!
“nando todas ei: una dirección, hacia el agua.
Zumbaba la mosca brava é iba sin- rumbo su vuelo
vigoroso, cortado en zig-zag.
Ligeros remolinos terminaban en “efimera espiral. Al-
guna avispa colgaba sus antenas rubias, bajo el alero,
en vuelo estático. Un trebolar cercano estremecíase al
soplo distraído del viento, que esparcía olores fragmen-
tarios de pasto en retoño, Y el sol triunfaba ascendien-
do, ascendiendo siempre, sobre el vahar imperceptible
de la pampa, sobre cl azul profundo de los algarrobos
lejanos, sobre la paja cenicienta de los ranchos, derra-
“ mando su potente galladura en la extención ilimitada...
Era un sábado, pocos días después. Bajaba el sol en
la tarde serena. Plácida y tranquila, la sábana pampea-
na tiene esa inexplicable melancolía del crepúsculo - que
vá á llegar.
A peno campo “bajo la luz flava y declinante, van
Pablo y Dolores. Los caballos soportan virilmente la
carga en el suave trotar en que se rozan las ancas es-
pejeantes.
El idilio ha dzemic su evolución Stata Los dos jó-
venes se aman, sin reticencias, ampliamente :
Fuerte € impetuoso, el amor de Dolores, que es el
primero, está formado de renunciamiento, de locura,
de agonía. 'Fodo para el amado: pensamiento, sonrisas,
el perfume de su pelo, el carmín de los lavios, las
miradas, los suspiros...
Y-<el “se deja amar, satisfecho y petulaxte, y enamora-
do. también, con una diferencia: para ella, Pablo es to-
do, su presente su pervenir, su vida. Para él Dolores
es otra primavera del alma y á ella se entrega, enervado
é inconciente.
—bDolores. ..
Ella le mira. En aquellos ojos vaga el terror de un
mundo maravilloso. Contesta cualquier nimiedad delicio-
sa. Un beso les une, y después:
—¿ Calopemos?
Galopan. El sol dssciende más y más. Un polvo jalde
les envuelve, Tas manos, lihres de la rienda, se unen-
y el galope prosigue, bájo el éxtasis, hacia el gramillar
preferido, á la sombra del sauzal, junto al arroyo...
Dos miradas se cruzaron y ella, algo inmutada, se
Tr