Full text: 1.1911,18.Nov.=Nr. 4 (1911000104)

  
      
mo 
En 
7: 
CELA DADA —eAAADE ER 
  
  
El milonguero es bien conocido en las Repúbli- 
cas del Plata. Hay en su tipo algo del payador. 
admirablemente descripto por Ascasubi, el poeta 
gaucho, — con la diferencia que éste abarea más 
dilatados horizontes, y eleva su inspiración im- 
provisando, al compás de la guitarra, desde la en- 
tusiasta canción patriótica que electriza, hasta el 
sentimental triste que conmueve, — mientras que 
el otro cultiva un género especial, eminentemente 
acentuado, y con un sabor orillero que encanta al 
compadraje. 
Hay, además, otra distinción que hacer. El pa- 
yador es tipo exclusivamente campestre; es el tro- 
vador de muestras cuchillas, que tiene por esce- 
nario las taperas y pulperías de campaña. El milon- 
guero sólo se le encuentra en los centros de pobla- 
ción. Los parajes en que se exhibe, son los cafeti- 
nes de los suburbios y casas de baile y juegos, Co- 
hocidas por academias, donde se reunen lo más 
selecto de los compadres de baja estofa. 
Ignórase dónde se cantaron milongas por vez 
primera. Algunos aseguran que son originarias de 
los pueblos del campo, generalizándose después en 
los departamentos y extendiéndose, por, último, 
hasta la capital. 
Pocos ejemplares de legítimos milongueros se en- 
cuentran ya entre nosotros. La mayoría de los que 
así se titulan, no son más que imitadores rutinarios, 
6 cantan lo aprendido de memoria, careciendo de 
aquella inspiración descuidada «de los primitivos, 
pero las más de las veces original y graciosa. ) 
Es cierto que todavía existen algunos compadres 
de las orillas que entonan milongas, y más cepilla- 
dos por el roce, incluyen en su repertorio variados 
temas; pero les falta espontaneidad. El refinamien- 
to de las costumbres concluirá por hacerles desapa- 
recer de la escena, y dentro de algunos años no 
quedarán sino recuerdos de lo que fueron. 
Se podrían hacer varias clasificaciones de las 
milongas, pero evitémoslo diciendo que las más 
generales y aceptadas son las criollas, como llama- 
mos á las muestras, y las porteñas, más quebra- 
        
  
“lonas por la entonación especial del canto y el 
característico acompañamiento de bordoneos. 
Sábese que en campaña es siempre bien reci- 
-bido el payador, tipo del que se conservan hoy 
raros modelos, y que muy: pronto sólo vivirá en 
Ja leyenda, abultado por la fantasía popular. Si 
aparece uno de larga fama, tiene! auditorio nume- 
roso, compuesto del gauchaje, que viene á escu- 
charlo desde varias leguas á la redonda. 
Nada más curioso, en esas poéticas noches esti- 
vales, cuando brilla con toda esplendidez la ar- 
gentina lámpara del espacio, que escuchar, al la- 
do del rancho de totoras, la cifra de contrapunto, 
intencional, á veces pérfida, cruzada entre dos 
paisanos, que se disputan la victoria del canto, 
en original y reñida justa, . 
A milonguero 
- 
Entre los milongueros sucede algo semejante, 
aunque el centro y el público sean diversos. Em- 
pieza uno improvisando sobre tema dado por el 
auditorio, 6 á su elección, según convenio, y le 
retruca el otro, tomando como punto de partida 
la esencia de la estrofa. 
Ejemplos de estilo delicado 
Con la guitarra en la mano 
ninguno el poncho me pisa, 
y hago bramar el océano, 
y hago suspirar la brisa. 
Estilo quebrallón 
No hay un eantor que me cuadre 
Cuando mi guitarra gime, 
ni perrito que me ladre, 
ni zonzo que se me arrime. 
—A usted pongo por testigo 
que en canto de contrapunto, 
es malo que á-un zonzo, amigo, 
se le aparezca un difunto. 
De ahí sigue una serie de compadradas que 
suele durar horas y horas, concluyendo al fin los 
:antores, cuando se halla agotado su ingenio, por 
hablar. de bueyes perdidos, si es que no termina 
la. sesión á ponchazos. 
El legítimo orgullo del milonguero, que refleja 
en muchos de sus rasgos al payador, consiste en 
salir airoso de tales torneos, para dejar mejor 
sentada su fama en el pago, Si es bien conocido. 
Y en caso de ser novel, para labrar su reputa- 
ción de golpe, con uno de esos ruidosos triunfos 
que se comentan durante muchos años. 
Cítanse ejemplos de payadores que se han da- 
do la muerte después de una derrota para ellos 
vergonzosa. Respecto de milongueros, no he oido 
decir que alguno llevase su Monrosa susceptibili- 
dad á tan violentos extremos. Cuando más, rom- 
pieron sus guitarras, por considerarse indignos 
de volverlas á pulsar, haciendo formal promesa 
de no tomar nunca los instrumentos, ni siquiera 
para templarlos. 
Yo escucho siempre eon agrado al milonguero 
de ley, no escuché al payador en los albores de mi 
niñez. En ellos está encarnada cierta poesía na- 
tural, y la inspiración ilumina por instantes la 
noche de sus cerebros, á la manera de su esplén- 
dido cometa las noches del mundo físico. 
Pero tengo el capricho de creer que las milon: 
gas deben ser oídas precisamente donde no se 
cantan: en el campo. Allí tendrán un” valor más 
local, más criollo, en toda la acepción genérica 
de la palabra. y 
Y si se quiere más poesía, bajo la enramada, 
por cuyos claros filtran, como hebras de oro pár 
lido, los rayos de la luna,, 6 teniendo por única 
techumbre la azulada bóveda, en esos momentos 
de soledad y misterio, cuando la Naturaleza re 
posa. 
  
  
4 
RICARDO SANCHEZ 
  
  
 
	        
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