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CELA DADA —eAAADE ER
El milonguero es bien conocido en las Repúbli-
cas del Plata. Hay en su tipo algo del payador.
admirablemente descripto por Ascasubi, el poeta
gaucho, — con la diferencia que éste abarea más
dilatados horizontes, y eleva su inspiración im-
provisando, al compás de la guitarra, desde la en-
tusiasta canción patriótica que electriza, hasta el
sentimental triste que conmueve, — mientras que
el otro cultiva un género especial, eminentemente
acentuado, y con un sabor orillero que encanta al
compadraje.
Hay, además, otra distinción que hacer. El pa-
yador es tipo exclusivamente campestre; es el tro-
vador de muestras cuchillas, que tiene por esce-
nario las taperas y pulperías de campaña. El milon-
guero sólo se le encuentra en los centros de pobla-
ción. Los parajes en que se exhibe, son los cafeti-
nes de los suburbios y casas de baile y juegos, Co-
hocidas por academias, donde se reunen lo más
selecto de los compadres de baja estofa.
Ignórase dónde se cantaron milongas por vez
primera. Algunos aseguran que son originarias de
los pueblos del campo, generalizándose después en
los departamentos y extendiéndose, por, último,
hasta la capital.
Pocos ejemplares de legítimos milongueros se en-
cuentran ya entre nosotros. La mayoría de los que
así se titulan, no son más que imitadores rutinarios,
6 cantan lo aprendido de memoria, careciendo de
aquella inspiración descuidada «de los primitivos,
pero las más de las veces original y graciosa. )
Es cierto que todavía existen algunos compadres
de las orillas que entonan milongas, y más cepilla-
dos por el roce, incluyen en su repertorio variados
temas; pero les falta espontaneidad. El refinamien-
to de las costumbres concluirá por hacerles desapa-
recer de la escena, y dentro de algunos años no
quedarán sino recuerdos de lo que fueron.
Se podrían hacer varias clasificaciones de las
milongas, pero evitémoslo diciendo que las más
generales y aceptadas son las criollas, como llama-
mos á las muestras, y las porteñas, más quebra-
“lonas por la entonación especial del canto y el
característico acompañamiento de bordoneos.
Sábese que en campaña es siempre bien reci-
-bido el payador, tipo del que se conservan hoy
raros modelos, y que muy: pronto sólo vivirá en
Ja leyenda, abultado por la fantasía popular. Si
aparece uno de larga fama, tiene! auditorio nume-
roso, compuesto del gauchaje, que viene á escu-
charlo desde varias leguas á la redonda.
Nada más curioso, en esas poéticas noches esti-
vales, cuando brilla con toda esplendidez la ar-
gentina lámpara del espacio, que escuchar, al la-
do del rancho de totoras, la cifra de contrapunto,
intencional, á veces pérfida, cruzada entre dos
paisanos, que se disputan la victoria del canto,
en original y reñida justa, .
A milonguero
-
Entre los milongueros sucede algo semejante,
aunque el centro y el público sean diversos. Em-
pieza uno improvisando sobre tema dado por el
auditorio, 6 á su elección, según convenio, y le
retruca el otro, tomando como punto de partida
la esencia de la estrofa.
Ejemplos de estilo delicado
Con la guitarra en la mano
ninguno el poncho me pisa,
y hago bramar el océano,
y hago suspirar la brisa.
Estilo quebrallón
No hay un eantor que me cuadre
Cuando mi guitarra gime,
ni perrito que me ladre,
ni zonzo que se me arrime.
—A usted pongo por testigo
que en canto de contrapunto,
es malo que á-un zonzo, amigo,
se le aparezca un difunto.
De ahí sigue una serie de compadradas que
suele durar horas y horas, concluyendo al fin los
:antores, cuando se halla agotado su ingenio, por
hablar. de bueyes perdidos, si es que no termina
la. sesión á ponchazos.
El legítimo orgullo del milonguero, que refleja
en muchos de sus rasgos al payador, consiste en
salir airoso de tales torneos, para dejar mejor
sentada su fama en el pago, Si es bien conocido.
Y en caso de ser novel, para labrar su reputa-
ción de golpe, con uno de esos ruidosos triunfos
que se comentan durante muchos años.
Cítanse ejemplos de payadores que se han da-
do la muerte después de una derrota para ellos
vergonzosa. Respecto de milongueros, no he oido
decir que alguno llevase su Monrosa susceptibili-
dad á tan violentos extremos. Cuando más, rom-
pieron sus guitarras, por considerarse indignos
de volverlas á pulsar, haciendo formal promesa
de no tomar nunca los instrumentos, ni siquiera
para templarlos.
Yo escucho siempre eon agrado al milonguero
de ley, no escuché al payador en los albores de mi
niñez. En ellos está encarnada cierta poesía na-
tural, y la inspiración ilumina por instantes la
noche de sus cerebros, á la manera de su esplén-
dido cometa las noches del mundo físico.
Pero tengo el capricho de creer que las milon:
gas deben ser oídas precisamente donde no se
cantan: en el campo. Allí tendrán un” valor más
local, más criollo, en toda la acepción genérica
de la palabra. y
Y si se quiere más poesía, bajo la enramada,
por cuyos claros filtran, como hebras de oro pár
lido, los rayos de la luna,, 6 teniendo por única
techumbre la azulada bóveda, en esos momentos
de soledad y misterio, cuando la Naturaleza re
posa.
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RICARDO SANCHEZ