Full text: 1.1911/12=Nr. 1 (1911000101)

6 EL FOGON PAMPEANO 
  
Este periódico en su fogon 
gustoso acepta al criollaje, 
sin distincion de linaje 
ni alcurnia de balcon: 
el que quiera un cimarron 
sin miedo puede arrimarse 
qu' el perió-dico ha de brindarse 
con la más fina atencion. 
Viejo Pancho 
  
  
EL IDILIO DE LA NOCHE 
Pedro Gomez, abogado recien recibi- 
do, no tuvo tiempo, mientras hacia sus . 
estudios, para ocuparse de cosas senti- 
mentales. Era un hombre muy serio. 
Atribuia considerable importancia al có- 
digo civil y álas sucesiones y testamente- 
rias. Al recibirse necesitó atender su 
insegura clientela de principiante, llegan- 
do su amor por la carrera hasta el pun- 
to de olvidar la estancia paterna que 
florecia, en los alrededores de Villaguay. 
Pero una tarde, cansado de leyes y 
expedientes, pensó en su vida sin inte- 
rés. Salió temprano del estudio. Su 
casa no le deparó mayores consuelos. 
La presencia de los objetos familiares 
le entristecia. 
La vieja mucama, doña Leonor, notó 
ese fenómeno y le observó, entre ama- 
ble y humilde. 
—Mi doctorcito anda enamorao.... 
—¡Caramba, señora! ¿ Como lo sabe 
usted? 
Se entristeció más aún. Tal dia siguien- 
te, sin avisar á sus amigos, emprendió 
viaje á la estancia. 
Allí, el aire “del - campo “le: “sen- 
taría mejor sin duda. El pago solariego, 
engrandecido en su ausencia, presentaba 
á sus ojos aburridos de efimera ciencia, 
un aspecto agradable. Aquello era de- 
licioso. En su alma extenuada despertó 
como por encanto la poesia sencilla de 
la naturaleza. Paseaba en la quinta an- 
tes del almuerzo, cuando una muchacha 
se acercó para anunciarle que se le es- 
peraba en la mesa. I se fijó en ella. Era 
una morocha robusta, y de su juventud 
sazonada como una iruta, fluia una dul- 
zura turbadora. 
— Hay lindos ojos por acá...... 
La joven, hija de un antiguo boyero, 
que habia tenido en sus rodillas á Pedro, 
se ruborizó convenientemente. 
—¿ Puede saberse su nombre? 
Matilde, niño; Matilde Santos. 
Dijo esto y huyó como perseguida por 
un enemigo invisible. 
Pedro Gomez no concilió el sueño 
aquella noche. Como á las once, aban- 
donó su cuarto, vistiendo lo que hallara 
á mano, su jaquet y su galera de la ca- 
pital. Paseó por el campo impregnán- 
dose de aromas nocturnos y oyendo, co- 
mo por primera vez en su vida, los 
ruidos indescriptibles de la campiña. La 
vuelta de un camino le retuvo largo ti- 
empo.. Su extensión curvilínea, ilumina- 
da por la luna, le evocó su infancia des- 
vanecida lúgubremente entre libros. El 
caso es que lamentó sus años perdidos 
y maldijo su carrera - Regresó á casa 
de madrugada ya. La estancia dor- 
mia envuelta en una vaga neblina. Junto 
al corral Matilde ordeñaba la vaca. El 
grupo le llenó de emoción campesina y 
volvió otra vez á pensar en sus libros 
conira. La muchacha advirtió que el 
doctor Gomez estaba junto á ella. Era 
tarde. A las primeras palabras siguió 
un fuerte abrazo.......... : 
Asi fué como Pedro Gomez, el más 
preparado de los doctores de su gene- 
racion, se hizo estanciero. Los amigos 
golian visitarle en la estancia, donde vi- 
via casi feliz con su Matilde, con muchos 
hijos, léjos de Buenos Aires y de los 
códigos. 
Hernando Grijalva 
  
  
  
 
	        
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