4 EL FOGON PAMPEANO
tan fáciles de conquistar.... ah! noso-
tros si que ignoramos como se elige una
buena esposa.
En cambio ellas saben perfectamente
como se hace para pescar un excelente.
Veamos su sistema:
La mamá dirige la maniobra entre
bastidores (no hay que advertir que se
trata de una obra maestra).
La joven usa todavia vestido corto,
aunque el setiembre décimo - octavo
derrama sus tintes de granada en los
pómulos de nieve y rosa, cada vez que
un indiscreto cefirillo levanta la orla de
su virginea falda. “Es necesario esperar
el momento! ¡paciencia niña!, dice la ma-
má - no es tiempo para alargar el ves-
tido”.
.... Hasta que se avista un candidato
joven, de buena posición, bien relacio-
nado, sin vicios, sério aunque afable, - y
ue clava en la niña sus ansiosas mira-
as cono en un bien celeste é ivposible.
La niña no baila, no sale casi, y como
es una criatura, no hay que decir que es
imposible visitarla.
Nuestro jóven mira y remira, pasa y
repasa su fesoro, llena sus días y sus
noches con claridades de estrellas, con
perfumes de auras vírgenes que encien-
den sus deseos y agitan sus sueños con
fantásticas ánsias.
Cuando” la caua mamá comprende
que el desdichadot está á punto de ha
“cer ya la digestión del anzuelo, de pron-
to, sin que nadie lo hubiera previsto,
aparerce la niña con vestido largo.
Ya el desdichado novio puede morir,
puede vivir, puede desafiar los abismos
y explorar impávido los más hondos
misterios del cielo y de la tierra!
Se hace presentar en la casa por algún
buen amigo (de la mamá), y empieza el
calvario de las visitas. Enseguida viene
el compromiso con su grillete de oro
—
liso ó labrado al dedo. Y luego ¡El ma-
trimonio! Un primer amor ¡que encanto!
- virgen de cuerpo y alma, la jóven
desposada tres veces blanca por su tez
de nieve, por sus pálidos tules, por su
alma sin mancha, vá á ceñir sobre la
sien del novio la diadema de la felici-
dad.
“He aquí mi obra” - dice la mamá
para sus adentros.-
“Este desgraciado nie pertenece, quien
podrá disputarme mañana el placer de
sacarles los ojos”?
¡Y todabía se dirá que las suegras no
tienen antíguo derechos sobre la dicha
de sus yernos.!
— V6
¡DICHOSOS ELLOS!
Nada turba el reposo de los muertos;
porque á su sepultura
no llega de los vivos la amargura.
Aunque el espacio atruenen
los roncos ayes de un dolor profundo
o del furor los rudos desconciertos...
todo se pierde en su poblado mundo,
como la voz humana en los desiertos.
Dichosos son á fé los que ailf moran
en perduráble cala,
y desdichas no ven ni afrentas lloran;
mientras aquí vivimos, si esta es vida,
caida la cerviz y muerta el al.na.
Dichoso, si: ¿que vale una existencia
anémica impotente, escarnecida?
¡cuando la Patria. sin luchar vencida,
retorciéndose en bruscas convulsiones,
del infortunio al peso se derrumba,
la paz es preferible de la tumba!
Salvador Carreras.
ha