4 EL FOGON PAMPEANO
Y allá flameando sobre el polvo y humo
Logra entreverse con esfuerzo sumo
La enseña pátria que el soldado alzó
La enseña grande, de los cielos hija,
Qe á su pié guarda y con amor cobija
Al que á su sombra libertad buscó.
Pero mirad: de en medio al torbellino
Se desprende una pálida figura...
Es un ginete ¡ah! cuánta amargura
Se retrata en su faz ¡cuanto dolor!
Vedle como prodiga su cuidado
A su corcel que marcha vacilante;
Vedle cual le acaricia, y anhelante
Le habla al oido con inmenso amor.
El es, el noble hijo de la Pampa
Que luchando con ímpetu guerrero,
Vió de su fiel amigo y compañero
La sangre ardiente el suelo humedecer;
Por eso deja el sitio del combate,
Sus hermanos, su gloria y su bandera,
Y en pos de una esperanza - la postrera
Desalentado, loco, echa á correr.
¡Vano esfuerzo! El caballo moribundo
Lanza un relincho y cae en la llanura
Y su mirada llena de ternura
Busca con ansiedad á su señor;
Este, arrastrado en la mortal caida
Oye la voz del que al morir le llama
Y allá voy, allá voy, temblando exclama
Con la suprema angustia del dolor.
Pero ¡hay! solo un grito de agonía,
Ronco, apagado, de su labio exhala...
Tambien herido está; la misma bala
Su pecho atravesó y el del corcel.
Alzase y cae: se doblan sus rodillas
Y el suelo toca con su frente helada...
Su amigo vá á mor:r!... nadie se apiada!...
No le puede salvar! destino cruel!...
Y entonces arrastrándose, clavando
Sus uñas en la tierra, de la herida
Sangre virtiendo sin cesar, perdida
La fuerza de su indómito valor;
Llorando con el alma desgarrada,
Postrado por la fiebre del delirio,
Páso á páso apurando su martirio
Llega junto al objeto de su amor.
Le besa, le acaricia, le dedica
Su pensamiento entero, hasta su vida,
Y cubre con su cuerpo la ancha herida
De su amado y magnifico alazán;
Y el leal caballo que comprende acaso
La abnegación sublime de su amo,
En silencio le mira;... “¡cuanto te amo!”
Parece que le dice con afán.
Y así pasa un instante: de repente
Se estrechan más y más el uno al otro:
La mirada del gaucho y la del potro
Se enturbian y se apagan á la par.
Escuchase un solloso comprimido
Que el viento lleva en sus ligeras alas...
Luego... suena el cañón, silban las balas
Y la bandera ondea sin cesar.
Martin Coronado.
CALANDRIA Y MAZACOTE
(Recuerdos de Entre Rios)
——P o
En un recodo de cierto arroyo, cu-
yo nombre ignoro—unv de tantos pin-
torescos como hay en mi tierra, que se
enruscan y se estiran como inmensas
vVíbcras plateadas, para ¿legar, »siultan-
dv de cuchilla en cuchilla y de ladera
en ladera, bajo la arcada sombría de
las montes seculares, donde se expan-
den y se ensanchan edmo gozosos de
haber escapado al sol del llano-—en
un paraje llamado el Paso del Moli-
no, existía en 1875 uns pobre pnlpe-
tía, paradero obligado de todos los
que excursionaban al pueblo vecino.
Allí conocí yo, en e:e entonces, al
célebre “Calandria?>—Servand: Car-
d.so—el último gaucho peleador que
reeniTiera aquella comarca inclvidable
que baña el Uruguay.
Varios muchachos andariegos alcan-
zamos cierto día, de ¡aso, la lejana
pulpería, y allí topamos con el que era
terror de policías y héroe famoso de
cuanta aventura novelesca forjara la
mente popular, hecha ya á considerar-
lo como expresión genuina de todas
las deventuras que afligían» por esa fe-
cha á aquella tierra de Entre Rí»s, tan
bella como injustamente desgra“iada.
Estaba sentado en un banco de ma-
dera, colocado no lejos de la puerta,
A