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- tor Terragosa referente a Caggiano: «Se ha hecho carne
en el pueblo.»
—¿Y?... Caggiano: Hágame el favor de algo de su
cosecha, para poder llenar mi misión, cerrando este arti-
culito, con uno de sus acostumbrados chispazos... — Y
éste sonriendo bonachonamente me contestó : — ¿ Más, her-
mano?...,
¡Caramba que se ha vuelto pedigiieño, che!...
¿No le he dao los datos que me ha pedido?...
—Sí, pero no me basta; necesito algo suyo, muy suyo
para mis lectores...
—¿Mío?... Y volviendo lentamente su cabeza, acarició
con sus ojos soñadores y mansos a la madre, que desde el
principio de nuestra entrevista, santamente nos escucha-
ba, embebida en la verba cadenciosa y arrulladora del hijo
amado, del sempiterno peregrino, que como las golondri-
nas se iba y tornaba a su maternal regazo...
Y la vieje-
cita,
bajo el palio santo de sus guedejas de plata, son-
reía... mientras mi espíritu despertado a la emoción, re-
zaba lo más bello, lo más humanamente lindo de la vida...
¡«como quiere la madre a sus hijos»!,.. Y desperté de
mi sueño sobre mi mesa de trabajo, cumplida la misión
que me impusiera de hilar estos pequeños datos biográfi-
cos del más popular de los payadores...
mee Cae e aa e ae ee a e aca ala e ate e encore.
El amor tras dorados barrotes ha aprisionado al zor-
-. ¡Caggiano se ha casado hace unos meses! Celosa
Su guitarra, en un rincón del hogar, va rompiendo sus
cuerdas lentamente... ¡Chás... chás... chás!... ¡Aho-
ra el Payador pulsa las cuerdas de un alma de mujer!...