Full text: 25.1935,5.Jun.=Nr. 1272 (1935127200)

EA 
—N la ciudad norteame- 
L ricana de Reno (esta- 
a 4 do de Nevada), lla- 
mada el paraíso del di- 
vorcio, ha realizado una 
interesante encuesta la pe- 
riodista señorita Dorothy 
Ward, que ha sido publica- 
da en una revista de Los An- 
geles. Miss Ward permane- 
ció durante un mes en el hotel más frecuen- 
tado de la pintoresca Divorciópolis, por don- 
de desfilan continuamente damas y caba- 
lleros que no han sido muy felices en su 
matrimonio. 
Lo que más sorprendió a la inquieta pe- 
riodista fué la frivolidad de casi todas las 
señoras — muy jóvenes en su mayor parte — 
que acudían al complaciente tribunal para 
obtener su divorcio. Algunas, con poco -más 
de veinte años, se habían divorciado ya 
cuatro o cinco veces. Varias — las menos — 
tenían hijos de diversos matrimonios. Mu- 
chas le confesaron que no habían sentido 
el amor nunca. 
— ¿Y por qué se casó usted tantas veces? 
-— les preguntó ingenuamente mis Ward. 
Tan lógica pregunta les hacía abrir los 
ojos con extrañeza a las jóvenes divorcis- 
tas, que terminaban con un mohín desde- 
ñoso, como diciendo: “¡Qué tendrá que ver 
el amor con el matrimonin'” 
Señora: cpor qué ha perdido 
usted el amor de su esposo? 
Por HELENA TORRES LUCENA 
Por las confidencias de Ruth 
deduzco que los exagerados 
celos de ésta hacían la vida 
imposible a su marido. Ella 
me asegura: que su esposo 
flirteaba con todas sus ami- 
gas; que en la calle se le iban 
los ojos detrás de todas las 
mujeres bonitas que pasaban. 
“¡Es un hombre peligroso !— 
xclama. — No podía dejarlo solo un momen- 
to... ¡Cuánto me ha hecho sufrir! 
Ruth es, como veis, el tipo clásico de la ce- 
osa, tanto más insufrible cuanto más enamo- 
rada. Y esto es lo triste, lo paradójico: que 
los seres que se aman de verdad, que podían 
ser muy felices, tengan que separarse, tal vez 
sorque uno de ellos — en este caso la celosa 
Ruth — quiere demasiado. 
Yo amé mucho a mi esposo!...—sus- 
pira Virginia H. — Tal vez lo sigo queriendo 
"odavía... 
— ¿Y por qué se divorcia usted, señora? 
— Porque él no me ama ya. Y yo no quiero 
er un obstáculo en su vida. Sospecho que mi 
:Sposo está enamorado de otra mujer. Y lo 
Jue más me entristece es que acaso yo tenga 
a culpa. Le confieso que tuve un noviazgo 
tasionado y una luna de miel muy feliz. Sin 
:mbargo, nuestros caracteres son muy distin- 
os. El tiene un temperamento regocijado y 
urlón. Yo sólo sé hablar y pensar serlamen- 
e y decir lo que siento. No podía comprender 
:ntonces que un hombre se burlara de las co- 
as que más ama. Siempre tenía una frase 
husca o una alusión graciosa para mis cabe- 
los rojos, para mis labios demasiado gruesos, 
ara Mis ojos verdes, para mi naricilla res- 
xingona. Yo no entendía cómo para darme un 
eso apasionado necesitaba decirme que era 
nás fea y pecosa que Clara Bow, actriz a 
juien yo admiro. Di en pensar que mi esposo 
— después de la luna de miel — había comen- 
"ado a notar en mí los defectos que antes no 
1abía visto. Me puse triste, cavilosa, y adquirí 
in humor sombrío. Como yo no sé burlarme, 
e devolvía sus bromas con frases ásperas. 
Todo me irritaba. Veía una doble intención en 
odas las palabras y actos de mi esposo. Yo 
abía que mi esposo había tenido antes una 
1ovia, Patricia G., cuyo tipo y carácter son 
liametralmente opuestos a los míos. ¡Ella sí 
jue sabe contestar a las burlas y seguir las 
»romas! Patricia acaba de divorciarse... No 
ne extrañaría que ahora se uniera en matri- 
nonio a mi esposo y le diera la felicidad que 
onmMiro NO ha tenido... 
Yo debo mi desdicha matrimonial — 
1segura Ernestina P. — al mal consejo de una 
miga y a mi propio temperamento inquieto 
7 novelero. Cuando creí advertir en mi espo- 
0 — al que amaba locamente — ciertos in- 
licios de cansancio, de hastío e indiferencia, 
onsulté el caso con mi amiga Anita, la que 
rozaba de una perpetua luna de miel, desde 
1acía diez años, no sé por qué artes mágicas. 
7 ella me explicó su método. “El amor del 
vombre — me dijo — es como cualquier cetro 
ipetito. Cuando está saciado, harto, ya todo 
e hastía. Puedes presentarle los más delica- 
los manjares del sentimiento, los más finos 
¡cores del querer... y el esposo los recha- 
:ará con fastidio. Te contaré una anécdota. 
dabía un gran señor que amaba sobre todas 
as cosas que poseía a sus hermosos lebreles 
ie caza. Los mimaba y los cuidaba con más 
:sMero y diligencia que a su propia persona. 
Tenía para su servicio un veterinario que Vi 
rilaba atentamente la salud de los perros Y 
su régimen alimenticio, varios cuidadores eX- 
>ertos que los limpiaban y paseaban... y hasta 
elaban su sueño. Pero los hermosos lebreles 
omenzaron a entristecerse y adolecieron de 
mn extraño mal que ni el veterinario Ni Jos 
uidadores sabían curar. Se apartaban con 
1«co de los más ricos manjares y golosinas, Y- 
1bandonando las mullidas alfomkras en que 
lormían, recorrían los patios desiertos, 
¡ullando a la luna. Los perros se morían a 
(Continúa en la página 15) 
Y 
Sn embargo, entre aquel tropel 
de damas alegres para las que no tienen nin- 
guna importancia las cosas más serias de 
la vida, había algunas que acudían al di- 
vorcio después de haber amado mucho. Casi 
todas éstas habían sido también muy amaá- 
das por sus esposos. Empero, por las circuns- 
tancias y motivos más diversos, la felicidad 
conyugal de que gozaban había naufragado 
en la indiferencia y el odio, hasta hacer ne- 
cesaria la separación definitiva. Juzgando 
que estos casos de divorcio podrían servir 
de provechosa lección a muchas mujeres, 
miss Ward realizó su interesante encuesta, 
dedicándola a las novias y a las recién ca- 
sadas. 
— Señora: ¿por qué ha perdido usted 
el amor de su esposo? — fué la pregunta 
que hizo la espiritual cronista. 
A continuación transcribiré algunas res- 
¡uestas- 
La joven de veinticinco años, Ruth 
F., confiesa que su mayor defecto son los ce- 
os. En su demanda de divorcio acusa a su es- 
so de malos tratos y abandono del hogar
	        
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.