Señora: ¿por qué ha per-
dido usted el amor de su...
(Continnación de la página 12)
pesar de todos los cuidados. Entonces
el señor ofreció una buena suma de di-
nero a quien curara a sus amados le-
breles. Se presentó un rústico cuidador
de vacas, quien, al ver a los mustios
animales, dijo al señor:
”— Estos perros están mal cuida-
dos y mal alimentados. A estos perros
les gustan los palos y las cebollas...
"El señor, lleno de admiración, hizo
traer una cesta de cebollas. Pero los le-
breles al olerlas aullaron y se tendieron
más tristes que nunca. Mas el rústice
aseguró al señor que a los tres días
:08 perros saltarían de júbilo al ense-
ñarles una cebolla y la devorarían como
una golosina. El patán se encargó de
los lebreles. Los hacía correr y saltar
a palos desde la mañana hasta la no-
>he, dándoles por todo alimento un
jarro de agua. Al caer las sombras,
los lebreles se tendían, rendidos, y dor-
mían como benditos. Ya no aullaban a
la luna. A los tres días el rústico llamó
al señor, diciéndole que los perros esta-
ban curados. En el gran patio del cas-
tillo los lebreles — sin la gordura y
pesadez de la excesiva alimentación —
saltaban y corrían con agilidad asom-
brosa. El rústico tomó varias cebollas
en sus manos, y los perros, a brincos
se las arrebataban... y luego las de-
voraban ávidamente. Estaban curados.
Se hallaban emnpalagados de buenos
manjares, ahitos de cariño v de mi
OS...
”Los maridos se sienten a veces has-
tiados de ternura y de caricias. Y a
veces — terminó Anita entre risas —
hay que seguir con ellos el método del
rústico con los lebreles. ¡Hav que ha-
»erles comer cebollas!
"Yo seguí el plan que me trazó Ani-
ta. Comencé a tratar a mi esposo como
a los lebreles del cuento, Le di una
vida de perro... El resultado ha sido
áste: mi esposo ha pedido el divorcio,
acusándome de crueldad moral y de
malos tratos físicos. Y ya anuncia su
próximo matrimonio con una amiga de
Anita... ¡Y la propia Anita ha de-
clarado en s1 favor!”
Lucilla Q. ha perdido el amor de su
esposo porque ella amaba más el lujo
y las diversiones. Es un caso muy fre-
:uente entre las damas norteamerica-
1as. El temperamento frívolo de Lueilla
exigía de su esposo una vida disipada
y de derroche continuo. Lo obligaba a
que la acompañara todas las noches a
ailar y beber en los dancings y clubs
nocturnas. Las tardes y primeras horas
de la velada las pasaban en excursio-
1es en auto, cines y bares. El maride
de Lucilla se hallaba ante este dilema:
si divertía a su esposa no podía aten-
ler sus negocios, Si no atendía sus ne-
socios, éstos irían a la ruina... y no
tendría dinero para divertir a su es-
posa. El pobre marido, locamente ena-
morado, prefirió seguir aquella vida de
diversiones y derroche..., hasta que
Dios quisiera. La depresión económica,
que arruinó a tantos magnates, disipó
como el humo sus descuidados negocios.
Lucilla ha pedido el divorcio..., impor-
tándole poco la doble desesperación de
su enamorado esposo, Ella, que ha he-
cho la desgracia de un buen marido, se
cree una muchacha de suerte... Como
Roosevelt para la industria de las má-
quinas, ella espera también un nueve
período de prosperidad para su indus-
tria sentimental... -
'Gur
letenida por una voz, al pasar para
7olver a su habitación.
— Cecilia! ¡Cecilia!
La obrera volvióse bruscamente, so-
Jresaltándose. Intelvi, frente a ella,
1g8regaba en voz baja:
—¡Escúcheme un momento, por
amor de Dios!
La joven vaciló. Una oleada de san-
rre le subió a las mejillas. Se inclinó
1acia los niños y dió una llave al ma-
rorcito, diciéndole:
—Vayan arriba y espérenme allí.
Los niños obedecieron sin chistar, y
alla se volvió al abogado, diciendo:
—Bien; ¿qué se ls ofrece?
—LUsted..., usted aguí... Y hace
un momento en mi propia casa...
—En efecto. Es extraño, muy extra-
lo. Pero ¿qué importa? No sabíamos
ada uno del otro... ¿Qué se le ofre-
*e, repito?
—No sé... No quiero nada...
—No debió seguirme. ¡Si alguien nos
riera!... ¿Acaso no ha terminado todo
antre nosotros? Váyase...
—¡ Un momento, Cecilla! Es extra-
xrdinario lo que me pasa. Al verla me
ha parecido volver a encontrar un
mundo, un mundo que había perdido.
Qué hermosa es usted! ¡Qué hermosa!
—: Y «op atrevo 2 decirmelo? : Araso
15
"0 lo era antes? Tengo tres hijos y
mi esposo es un hombre nobia y hon-
rado. Yo lo adoro. ¿Quiere que le diga
una cosa? Poco faltó, cuando su cana-
Jada, para que le quemara el rostro
son vitriolo. Luego pensé que en el
mundo hay otros hombres ademas de
asted. Y he conocido a otro; pero esta
vez un hombre honrado.
—Pero yo... Oiga, Cecilia...
—Déjeme terminar... Un hombre
honrado, que siempre me ha tratado
con un gran respeto. Y yo tenía un
hijo, el hijo de usted, y ese hombre
quiso ser padre de ese hijo, como lo
sería de los suyos pronios que vinie-
ran...
Y sin decir más, “la Rubia” subió
“ápidamente la escalera y desapareció.
Jus tres hijos no volvieron más a la
=asa del abogado, por más que la se-
nora, repetidas veces, envió a Juana
21 su busca. ,
—i Vaya uno a hacer bien a loas po-
dres! — se decía con disgusto la seño-
“a de Intelvi. — ¡Son unos soberbios y
nos ingratos!
Y Lolo volvió a alarmar la casa con
sus berrinches cotidianos, hasta que su
namá le encontró otros amiguitos, pero
no hijos de gente baja, sino de señores
distinguidos...
TT
Apariencia y realidad
[Continuación de la página 5)
“ólo entonces dijo:
—Gracias,
En ese momento se abrió la puerta
del aposento y entró, sonriente, Enri-
que Intelvi. El y “la Rubia” se mira-
con, Intelvi, al verla, se quedó como
vetrificado, sin poder hablar. La obre-
ra apretó los labios y los dientes y
2ntornó los ojos. Fué todo cuestión de
in segundo. Se sobresaltaron pero su-
dieron contenerse, “La Rubia” tomé
le las manos a sus niños y murmuró:
—Bien... Gracias... Gracias igual
mente... Vámonos,
La señora de Intelvi frunció el ceño,
ndignada.
—¡Qué mujer tan soberbia! ¡Y le
1abía vestido a sus hijos! ¡Haga uno
»bras de caridad a ciertas gentes!
El abogado, con un violento esfuer-
10, dijo dos palabras de saludo a la
obre obrera, y luego retrocedió hasta
a puerta, la abrió y desapareció. Lolo
loraba desesperadamente
Abajo, en un rincón del patio su-
mido en la obscuridad, junto a la es-
calera de los pobres, “Ia Rnhia” fué
El GEF" > "ma los dolores
-mátic - - promueve ía
viación y oxigenación
de la sangre, facilitando
pc! tanto, la selida del
ácido úrico. - —.
Tóme dos GENIOL juntos
cada vez que sienta los
dolores reumáticos: es el
aran calmante.
El GENIQL nunce
produce erdore:
y puede tomars.
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