Full text: 25.1935,5.Jun.=Nr. 1272 (1935127200)

Señora: ¿por qué ha per- 
dido usted el amor de su... 
(Continnación de la página 12) 
pesar de todos los cuidados. Entonces 
el señor ofreció una buena suma de di- 
nero a quien curara a sus amados le- 
breles. Se presentó un rústico cuidador 
de vacas, quien, al ver a los mustios 
animales, dijo al señor: 
”— Estos perros están mal cuida- 
dos y mal alimentados. A estos perros 
les gustan los palos y las cebollas... 
"El señor, lleno de admiración, hizo 
traer una cesta de cebollas. Pero los le- 
breles al olerlas aullaron y se tendieron 
más tristes que nunca. Mas el rústice 
aseguró al señor que a los tres días 
:08 perros saltarían de júbilo al ense- 
ñarles una cebolla y la devorarían como 
una golosina. El patán se encargó de 
los lebreles. Los hacía correr y saltar 
a palos desde la mañana hasta la no- 
>he, dándoles por todo alimento un 
jarro de agua. Al caer las sombras, 
los lebreles se tendían, rendidos, y dor- 
mían como benditos. Ya no aullaban a 
la luna. A los tres días el rústico llamó 
al señor, diciéndole que los perros esta- 
ban curados. En el gran patio del cas- 
tillo los lebreles — sin la gordura y 
pesadez de la excesiva alimentación — 
saltaban y corrían con agilidad asom- 
brosa. El rústico tomó varias cebollas 
en sus manos, y los perros, a brincos 
se las arrebataban... y luego las de- 
voraban ávidamente. Estaban curados. 
Se hallaban emnpalagados de buenos 
manjares, ahitos de cariño v de mi 
OS... 
”Los maridos se sienten a veces has- 
tiados de ternura y de caricias. Y a 
veces — terminó Anita entre risas — 
hay que seguir con ellos el método del 
rústico con los lebreles. ¡Hav que ha- 
»erles comer cebollas! 
"Yo seguí el plan que me trazó Ani- 
ta. Comencé a tratar a mi esposo como 
a los lebreles del cuento, Le di una 
vida de perro... El resultado ha sido 
áste: mi esposo ha pedido el divorcio, 
acusándome de crueldad moral y de 
malos tratos físicos. Y ya anuncia su 
próximo matrimonio con una amiga de 
Anita... ¡Y la propia Anita ha de- 
clarado en s1 favor!” 
Lucilla Q. ha perdido el amor de su 
esposo porque ella amaba más el lujo 
y las diversiones. Es un caso muy fre- 
:uente entre las damas norteamerica- 
1as. El temperamento frívolo de Lueilla 
exigía de su esposo una vida disipada 
y de derroche continuo. Lo obligaba a 
que la acompañara todas las noches a 
ailar y beber en los dancings y clubs 
nocturnas. Las tardes y primeras horas 
de la velada las pasaban en excursio- 
1es en auto, cines y bares. El maride 
de Lucilla se hallaba ante este dilema: 
si divertía a su esposa no podía aten- 
ler sus negocios, Si no atendía sus ne- 
socios, éstos irían a la ruina... y no 
tendría dinero para divertir a su es- 
posa. El pobre marido, locamente ena- 
morado, prefirió seguir aquella vida de 
diversiones y derroche..., hasta que 
Dios quisiera. La depresión económica, 
que arruinó a tantos magnates, disipó 
como el humo sus descuidados negocios. 
Lucilla ha pedido el divorcio..., impor- 
tándole poco la doble desesperación de 
su enamorado esposo, Ella, que ha he- 
cho la desgracia de un buen marido, se 
cree una muchacha de suerte... Como 
Roosevelt para la industria de las má- 
quinas, ella espera también un nueve 
período de prosperidad para su indus- 
tria sentimental... - 
'Gur 
letenida por una voz, al pasar para 
7olver a su habitación. 
— Cecilia! ¡Cecilia! 
La obrera volvióse bruscamente, so- 
Jresaltándose. Intelvi, frente a ella, 
1g8regaba en voz baja: 
—¡Escúcheme un momento, por 
amor de Dios! 
La joven vaciló. Una oleada de san- 
rre le subió a las mejillas. Se inclinó 
1acia los niños y dió una llave al ma- 
rorcito, diciéndole: 
—Vayan arriba y espérenme allí. 
Los niños obedecieron sin chistar, y 
alla se volvió al abogado, diciendo: 
—Bien; ¿qué se ls ofrece? 
—LUsted..., usted aguí... Y hace 
un momento en mi propia casa... 
—En efecto. Es extraño, muy extra- 
lo. Pero ¿qué importa? No sabíamos 
ada uno del otro... ¿Qué se le ofre- 
*e, repito? 
—No sé... No quiero nada... 
—No debió seguirme. ¡Si alguien nos 
riera!... ¿Acaso no ha terminado todo 
antre nosotros? Váyase... 
—¡ Un momento, Cecilla! Es extra- 
xrdinario lo que me pasa. Al verla me 
ha parecido volver a encontrar un 
mundo, un mundo que había perdido. 
Qué hermosa es usted! ¡Qué hermosa! 
—: Y «op atrevo 2 decirmelo? : Araso 
15 
"0 lo era antes? Tengo tres hijos y 
mi esposo es un hombre nobia y hon- 
rado. Yo lo adoro. ¿Quiere que le diga 
una cosa? Poco faltó, cuando su cana- 
Jada, para que le quemara el rostro 
son vitriolo. Luego pensé que en el 
mundo hay otros hombres ademas de 
asted. Y he conocido a otro; pero esta 
vez un hombre honrado. 
—Pero yo... Oiga, Cecilia... 
—Déjeme terminar... Un hombre 
honrado, que siempre me ha tratado 
con un gran respeto. Y yo tenía un 
hijo, el hijo de usted, y ese hombre 
quiso ser padre de ese hijo, como lo 
sería de los suyos pronios que vinie- 
ran... 
Y sin decir más, “la Rubia” subió 
“ápidamente la escalera y desapareció. 
Jus tres hijos no volvieron más a la 
=asa del abogado, por más que la se- 
nora, repetidas veces, envió a Juana 
21 su busca. , 
—i Vaya uno a hacer bien a loas po- 
dres! — se decía con disgusto la seño- 
“a de Intelvi. — ¡Son unos soberbios y 
nos ingratos! 
Y Lolo volvió a alarmar la casa con 
sus berrinches cotidianos, hasta que su 
namá le encontró otros amiguitos, pero 
no hijos de gente baja, sino de señores 
distinguidos... 
TT 
Apariencia y realidad 
[Continuación de la página 5) 
“ólo entonces dijo: 
—Gracias, 
En ese momento se abrió la puerta 
del aposento y entró, sonriente, Enri- 
que Intelvi. El y “la Rubia” se mira- 
con, Intelvi, al verla, se quedó como 
vetrificado, sin poder hablar. La obre- 
ra apretó los labios y los dientes y 
2ntornó los ojos. Fué todo cuestión de 
in segundo. Se sobresaltaron pero su- 
dieron contenerse, “La Rubia” tomé 
le las manos a sus niños y murmuró: 
—Bien... Gracias... Gracias igual 
mente... Vámonos, 
La señora de Intelvi frunció el ceño, 
ndignada. 
—¡Qué mujer tan soberbia! ¡Y le 
1abía vestido a sus hijos! ¡Haga uno 
»bras de caridad a ciertas gentes! 
El abogado, con un violento esfuer- 
10, dijo dos palabras de saludo a la 
obre obrera, y luego retrocedió hasta 
a puerta, la abrió y desapareció. Lolo 
loraba desesperadamente 
Abajo, en un rincón del patio su- 
mido en la obscuridad, junto a la es- 
calera de los pobres, “Ia Rnhia” fué 
El GEF" > "ma los dolores 
-mátic - - promueve ía 
viación y oxigenación 
de la sangre, facilitando 
pc! tanto, la selida del 
ácido úrico. - —. 
Tóme dos GENIOL juntos 
cada vez que sienta los 
dolores reumáticos: es el 
aran calmante. 
El GENIQL nunce 
produce erdore: 
y puede tomars. 
A CI Y ise 
MITIÓONES 
SERES: 
v TOMA”. 
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y 
ENT CENTAVOS 
EL LIXRITO DE CUA 
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